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Cosme Marina

Una bomba de ópera

Sobre la necesidad de dar un firme apoyo institucional a entidades como la Fundación lírica ovetense, muy castigada por la pandemia

La nueva producción de “Madama Butterfly”, que tenía previsto inicialmente su estreno en la Ópera de Oviedo el próximo lunes 9 de noviembre, está ambientada en torno a las bombas atómicas lanzadas en Japón y que marcaron el fin de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente las consecuencias de otra bomba, esta vez vírica, impactan de lleno en el ecuador de la temporada del teatro Campoamor, abriendo una crisis monumental. La Fundación de la Ópera de Oviedo y los teatros y auditorios en España se han adecuado a las prescripciones de las autoridades sanitarias con seriedad ejemplar, e incluso han ido más allá de las medidas solicitadas inicialmente. Se ha invertido mucho dinero para convertir teatros y auditorios en espacios seguros y seguir manteniendo la actividad y el derecho ciudadano que supone tener acceso a una cultura segura. Ante el perjuicio ocasionado y ante la suspensión durante dos semanas de espectáculos con público en sala en la región, la Ópera de Oviedo –una de las instituciones culturales más ágiles del Principado frente a las esclerotizadas administraciones públicas que van siempre a paso de tortuga– ya ha conseguido mover las cinco funciones del título de Puccini y pretende estrenar a partir del 20 de noviembre con el fin de no perder el trabajo ya realizado durante más de tres semanas de ensayos.

Instituciones como la Ópera de Oviedo han reorganizado en tiempo récord su proyecto y están asumiendo enormes pérdidas económicas. La falta de medidas claras en todo el país ha llevado a situaciones rocambolescas: en La Coruña, por ejemplo, una orden fulminante de la Xunta llevó a que algunas representaciones líricas en septiembre se realizasen con ¡sesenta espectadores en la sala! El conocimiento del virus del covid-19 es aún parcial y es lógico que se vayan corrigiendo las medidas con el fin de atenuar su impacto en la población, pero también debería estar siempre por delante la evidencia científica, la mejor aliada de la prudencia en cualquier decisión al respecto. Matar moscas a cañonazos nunca fue buen negocio.

Lo cierto es que las mismas autoridades que echan el candado a los teatros son las que tienen en sus manos los informes que demuestran los escasísimos contagios y la casi anecdótica presencia de brotes en los mismos. Por lo tanto, estos cierres son, cuanto menos, cuestionables porque tampoco cuela el asunto de las restricciones a la movilidad masiva al registrarse aforos limitadísimos y con espectáculos sin pausas para evitar la interacción de los espectadores. De hecho, y por poner números, antes de este cierre fulminante la entidad lírica ya estaba estimando unas pérdidas cercanas al medio millón de euros por los aforos restrictivos en los que ahora está trabajando. En vez de premiar a los sectores que verdaderamente han luchado contra la pandemia con eficacia, se mete a todos en el mismo saco.

El pasado domingo, al término de un ensayo, la soprano Ainhoa Arteta elevaba una queja tremenda al respecto. Es su vídeo, que ha tenido enorme repercusión a través de las redes sociales, un ejemplo perfecto de descripción de la situación actual. Dejaba ver el estado de profundo desánimo de los profesionales de la cultura a los que, en este país, se ha querido acallar con unas migajas presupuestarias, siendo quizá uno de los sectores que menos apoyo público ha recibido; pese a que son trabajadores del patrimonio cultural cuyo quehacer diario depende, casi exclusivamente, de las administraciones públicas. Los cantantes líricos, los solistas instrumentales, llevan meses apartados de los circuitos sin apenas trabajar. La oferta ha caído en picado y los ingresos de muchos están prácticamente a cero. Ha sido un sector castigado con fiereza y, aparte de los artistas, implica a un empleo directo a técnicos de todo tipo y de manera indirecta, afecta al transporte, la hostelería, imprentas y muchos más ámbitos implicados. Muchos de ellos no tienen opción a entrar en un ERTE por la precariedad laboral endémica de estas profesiones en nuestro país.

Las consecuencias de la pandemia han sido demoledoras para Oviedo en la industria musical. Desde marzo son decenas y decenas los espectáculos clausurados. En verano, la situación amainó gracias a una serie de iniciativas municipales centradas en el apoyo a varios sectores culturales (en el ámbito de la clásica, sólo la orquesta de financiación municipal, Oviedo Filarmonía, participó en este periodo). Con el inicio del otoño se volvió a recuperar el pulso cultural y la Orquesta Sinfónica del Principado, Oviedo Filarmonía, la Ópera, los Conciertos del Auditorio, las Jornadas de Piano, la Banda de Música o la Sociedad Filarmónica –lógicamente me refiero aquí sólo a la parte de la lírica y la música clásica– comenzaron a programar con cautela. Sin embargo, los tres coros de la Fundación Princesa de Asturias siguen en dique seco, al menos hasta enero. Ahora todo se para y la cadena de transmisión cultural está en un riesgo serio. Las instituciones, por poner un ejemplo, han sido incapaces de establecer campañas informativas potentes sobre la seguridad de los espacios. Ha sido un retorno casi clandestino, sólo alentado por una parte del público expectante y por los medios de comunicación.

Ante una situación tan dramática, que nos obliga a todos a ser muy serios, la ópera está en un momento de gran debilidad. Hasta el punto de que puede estar en cuestión, a medio plazo, la viabilidad del ciclo lírico. Oviedo ha tenido un claro liderazgo nacional en el plano musical. Hasta ahora. La realidad la veremos después de la pandemia. Los destrozos van a ser muy relevantes y el sector está malherido.

Escuchamos, y con razón, apoyos contundentes al sector hostelero o al del comercio, afectadísimos también, pero hasta el día de hoy no se pronuncia frecuentemente la palabra cultura con el mismo énfasis en las instancias gubernativas. La prueba del algodón está precisamente en la implicación de las instituciones públicas.

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