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Gonzalo García-Conde

Heroica Butterfly

El trabajo a destajo en la Ópera pese al obligado cambio de fechas

Los pocos transeúntes que pasaron junto al teatro Campoamor la tarde-noche del pasado martes pudieron verlo parcialmente iluminado. Faltaban muy pocas horas para que entrase en vigor el último protocolo sanitario del Principado de Asturias. Ese que adelanta el toque de queda a las diez y que decreta el cierre de las consideradas actividades no esenciales, un concepto altamente controvertido. Se clausura gran parte del comercio, toda la hostelería y por supuesto cualquier espectáculo o actividad cultural con público.

Sin embargo, las entrañas del teatro eran un hervidero de gente trabajando con intensidad. La orquesta calentando y afinando sus instrumentos. Cantantes, coro, técnicos, tramoyistas, maquilladores, sastrería. Un equipo de más de cien personas que ha faenado sin descanso en esta función desde hace tres semanas. Todas y cada una de las piezas que son necesarias, imprescindibles, para que algo tan complejo como una ópera funcione con la precisión de un reloj suizo. Nada se deja al azar.

Estaba previsto que “Madama Butterfly” fuese el tercer título de la temporada operística. Es uno de los más conocidos, de los favoritos del público, con profundo arraigo en la ciudad.

El anuncio de la clausura de actividades cayó como un mazazo en todo el equipo cuando se hizo público el pasado fin de semana. Desde entonces, la directiva de Ópera de Oviedo trabaja contra reloj buscando respuestas y soluciones con la Consejería de Sanidad. Tienen el optimismo de entender que, después de los quince días previstos por el gobierno regional para contener la propagación del virus, no será necesaria una prórroga, se levantarán parcialmente las restricciones y podrán estrenar la obra. Acomodarían las fechas de las cinco funciones a finales de noviembre. Casi una utopía.

Por su parte, todo el equipo coordinado por Celestino Varela (director artístico de Ópera de Oviedo) tomó la decisión de acelerar la rutina del trabajo para llegar al ensayo del martes en condiciones óptimas. Dejarlo todo preparado esperando lo que ya no depende de sus esfuerzos: que les permitan alzar el telón delante del público. Una actitud digna de la leyenda sobre la orquesta del Titanic, que continuaron tocando impasibles mientras se hundía el barco.

En esta última sesión de trabajo se demostró que un buen equipo se crece cuando está gobernado por un buen líder. Este rol lo asumió el director musical, Óliver Díaz. Una vez que arranca con la melodía se terminan los lamentos. Es necesaria la perfecta concentración de todos. Se le escuchaba corregir pequeños defectos desde el foso mientras todo continuaba su curso sobre el escenario. Se mostró equilibrado y comprensivo en sus matices, sin perder de vista el nivel de exigencia máxima. Si las circunstancias van a impedir que se estrene esta ópera no es asunto suyo, su trabajo es que todo se haga perfectamente. Se represente o no.

En este empeño contó con la adhesión incondicional de las primeras figuras: Ainhoa Arteta, Jorge de León, Damián del Castillo, Nozomi Kato, que con exquisita profesionalidad arrastraron a todo el elenco a seguir adelante, a no parar, a corregir, a mejorar, a perfeccionar. Siguieron trabajando todos durante el descanso. La Arteta visiblemente cansada, sentada a los pies del escenario, pero sin dejar de cantar a plena voz, de repetir una y otra vez lo que se le pidiese hasta alcanzar los objetivos deseados por Díaz. Y detrás de ella, todos los demás.

Yo observaba todo esto en la soledad del patio de butacas, invitado por Ópera de Oviedo para compartir este milagro. Me daban ganas de obedecer en lo que se me pidiese.

La historia que cuenta “Madama Butterfly” es la de una gueisa. Casi una niña que contrae falso matrimonio engañada por un ambicioso casamentero y por un lascivo marino americano. Abandonada por este y repudiada por su familia, espera inútilmente durante años el regreso de su amado. Aunque todos a su alrededor saben que él no va a volver.

Cuando Ainhoa Arteta (Butterfly) cantaba ciega de fe buscando el barco de su hombre en el horizonte, todos sabíamos que lo que esperaba alcanzar con su mirada, con su esperanza y con su voz era el final de estos días tan tristes de la pandemia. El regreso de nuestra vida tal y como queremos vivirla. La libertad, la despreocupada felicidad.

Al final de esta noche heroica, sonrisas de orgullo y lágrimas reales de impotencia en los pasillos y en los camerinos del Campoamor. Un carrusel de emociones de las que ninguno de los presentes nos libramos. También ciertas prisas porque había que volver a casa cuanto antes. Ya rayaba el toque de queda sobre la ciudad. Ahora sólo nos queda esperar.

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