La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Ramón Castañón, Pochi

Zombies sin esperanza

La incapacidad de descubrir lo hermoso de la vida como consecuencia de la fatiga pandémica

En estos tiempos oscuros, de fatiga pandémica, camino por las calles y me cruzo con demasiada tristeza, personas que caminan como si esperaran un funeral que no llega, muertos en vida. Hombres y mujeres que no esperan nada nuevo, que se repiten cada día, que se instalan en un presente sin sentido y estéril, que recortan sus ideales y se contentan con seguir tirando, que se conforman, que se callan, que esperan solo un final anunciado y mil veces amenazado.

Estamos todos paralizados por el miedo, nos asusta el compromiso de vivir en riesgo, nos asustan los otros, su contacto, sus palabras, todo lo que sea contagio. Como ya decía Gregorio de Nisa, ciudadanos de vida muerta, sin vida ni alegría… ni esperanza.

En tiempos de crisis, de hartazgo pandémico, tiempos de tristeza paralizante, una actitud de desesperanza lo va penetrando todo. Es fácil observar hoy este “desgaste” de la esperanza en bastantes personas.

Recuerdo cuando leía “El Principio esperanza” de Ernst Bloch, que hablaba de ella como la dimensión verdaderamente auténtica del hombre: un ser fabuloso que vuela hacia su verdadera casa: el futuro; que vive un camino contrario al de la renuncia, más heroico, más nietzscheano. La esperanza sería la esencia de la condición humana, algo que abriría nuevos horizontes, a una salvación expansiva… La esperanza nos empuja hacia lo que no es y anticipa el futuro. Como decía Bergson, “lo importante en esta vida es aprender a esperar”.

Como en una vieja película de zombies, solo veo gentes que han perdido la esperanza, lo ven todo de manera cada vez más negativa. No son capaces ya de descubrir lo bueno, lo hermoso de la vida. Todo está mal, todo es inútil. En esa actitud negativa y desesperanzada va minando nuestra vida.

Gentes que han perdido su confianza. Que ya no esperan gran cosa de la vida, ni de la sociedad, ni de los demás. Y lo peor, que no esperan nada de sí mismas. Abandonan sus aspiraciones, se sienten mal, pero no son capaces de reaccionar. No saben dónde encontrar fuerzas contra la pasividad y el escepticismo en su vida.

Gentes que han borrado de un plumazo la alegría de vivir. Parece que se divierten, pero hay algo que ha muerto en su interior. El mal humor, el pesimismo y la amargura afloran a la mínima. Nada merece la pena. Lo único que queda es dejarse llevar por la vida.

Gentes sencillamente cansadas, para las que vivir es una pesada carga difícil de sobrellevar. Les falta entusiasmo, se sienten cansados de todo. No es el estrés de lo cotidiano, es un cansancio vital, un aburrimiento profundo que nace desde dentro y envuelve toda la existencia de la persona.

Miles de zombies pandémicos que ven cómo se desmorona la esperanza, cuyo único problema es no tener ya fuerzas para enfrentarse a los problemas. Decía Rafael Argullol: “Creo que bajo nuestra apariencia de fortaleza material y técnica, hay una debilidad sustancial. Se va adelgazando la silueta espiritual del hombre”. He aquí la raíz de la desesperanza del zombie pandémico.

Si no queremos seguir siendo muertos en vida recuperemos aquella esperanza como posibilidad real de transformación de todas las cosas. Construyamos nuestra condición humana sobre una nueva utopía. Tenemos mucho por “delante”. Y dentro. Como gritaba Bloch: La esperanza, en cualquier caso, es una poderosísima palanca, capaz de levantar el mundo entero.

Os dejo el poema de Walt Whitman: “La felicidad no está en otro lugar, sino en este lugar; no está en otra hora, sino en esta hora”… Quiero saborear estas palabras y pensar con vosotros que nuestra esperanza, nuestras utopías, tienen un lugar y un tiempo: aquí y ahora, ¿por qué no? Atrévete a esperar.

Compartir el artículo

stats