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Carlos Fernández Llaneza

La joven patrona

La coherencia, firmeza y valentía de Santa Eulalia

Voy a contarles una historia. Casi como aquellas narraciones que se contaban a la cálida luz del llar. Historias que los niños escuchaban fascinados. Atrapados en relatos de tintes míticos, heroicos, trascendentes. Es la historia de una apenas niña. Nacida en Mérida en el año 292 d.C. Educada como se esperaba de la hija de un senador, Liberio, incluyendo todos los ritos del culto romano. Pero ella, de muy joven, abrazó la fe cristiana por medio del presbítero Donato. Eran años convulsos en Roma. Tiempos de crisis social, militar y económica. Y de profundos enfrentamientos en lo tocante a las creencias religiosas. En tiempos del emperador Diocleciano se promulgan edictos en los que se decreta la rigurosa persecución de los cristianos. Los padres de Eulalia, sabedores de la convicción de su hija, deciden enviarla lejos de casa. Pero ella, impelida por su conciencia, se presentó ante el prefecto Calpurniano (probablemente el gobernador Daciano) diciéndole que la religión a la que éste servía era falsa. De nada sirvieron ruegos, halagos y promesas. Eulalia, tan firme como tenaz y consciente del grave riesgo que asumía, se reafirmaba en su fe. Sabía que su firmeza la llevaría al martirio y de nada valió que le mostrasen los instrumentos de tortura con los que la iban a hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador. Daciano le dijo: “De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos”. La joven lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente: “Al solo Dios del Cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más”.

Entonces, el juez mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. “La hermosa cabellera perfumada de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y asfixiada por el humo”. Junto a ella fue también martirizada su criada Julia.

En el siglo IV, el poeta Prudencio narraba: “Y, ¡oh maravilla!, he aquí que de su boca salió, rauda, una paloma más blanca que la nieve, que, hendiendo el espacio, tomó el camino de las estrellas: era el alma de Eulalia, blanca y dulce como la leche, ágil e incontaminada. Así lo vieron estupefactos y dieron de ello testimonio el verdugo y el mismo lictor al huir aterrorizados y arrepentidos. La Virgen torció delicadamente el cuello a la salida del alma; apagóse el fuego de la hoguera, y, por fin. quedaron en paz los restos exánimes de la mártir. Todo esto acaeció un día 10 de diciembre”.

En el lugar de su martirio se erigió uno de los primeros templos cristianos en Hispania. A raíz de la invasión musulmana su cuerpo fue trasladado a Asturias y sus reliquias se veneran en la Catedral de Oviedo, en la capilla dedicada a la mártir. En 1639 fue declarada Patrona de la Diócesis Ovetense y de la ciudad de Oviedo.

Pues ésta es nuestra patrona. Ejemplo de firmeza, de coherencia, de valentía. Mucho y muy interesante queda por contar porque la estela de Santa Eulalia –o Santolaya– en la historia de la ciudad es alargada y luminosa.

Como epílogo a esta narración queden estos versos de Federico García Lorca: “Una custodia reluce / sobre los cielos quemados / entre gargantas de arroyo / y ruiseñores en ramos. / ¡Saltan vidrios de colores! / Olalla blanca en lo blanco. / Ángeles y serafines / dicen: Santo, Santo, Santo”.

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