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Carlos Fernández Llaneza

Una difícil Navidad

La lección de humildad que plantea el virus

No hay que ser ningún adivino para afirmar que esta Navidad va a ser distinta. En primer lugar porque nos faltan muchos. Demasiados. Las orillas de este 2020, que tanta paz lleve como descanso deja, están llenas de nombres propios que han dejado vacíos imposibles de llenar. Ausencias en el alma que perdurarán para siempre. Tras meses complicados parece que se ve la salida. Pero, prudencia obliga, seamos cautos, empezando por nuestros dirigentes, y que el año que viene podamos celebrar la Navidad sin más ausencias.

La historia, siempre maestra, nos enseña que cualquier tiempo pasado no necesariamente fue mejor. No pocos de nuestros mayores recuerdan aún con estremecimiento días de dolor, odio y muerte. Pero siempre, juntos, se superaron. Éste también lo superaremos. Hay un mes de diciembre que quedó grabado a fuego, y nunca mejor dicho, en la memoria de la ciudad: el de 1521. Nochebuena. Unos rescoldos mal apagados en una herrería. Quizá las pertinaces brasas del horno de una panadería. O un brasero de humilde hogar en Cimadevilla. Nunca se sabrá cuál fue el origen. Pero el fuego, en poco más de una hora, había prendido en tres cuartas partes de la ciudad. Llamas que tardaron semanas en darse por vencidas. Solo una casa sobrevivió: la de la Rúa o palacio del Marqués de Santa Cruz de Marcenado. El cronista Carballo cuenta: “Toda la ciudad se abrasó dentro de sus muros, si no fue la Santa Iglesia, que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderaje y andamios de una torre que se iba haciendo, se quemó también”.

Ante la imposibilidad de la ciudad de afrontar la reconstrucción se pidió ayuda a Carlos I. El monarca concedió a Oviedo un mercado libre de impuestos a celebrar los jueves. De las cenizas nació un nuevo planteamiento de ciudad que evitó el abigarramiento de los edificios o el exceso de madera en la construcción. De la tragedia, Oviedo renació. Tuvo una nueva oportunidad.

Ignoro cómo saldremos de esta crisis sanitaria y su derivada económica. Mucho se dijo sobre que saldríamos mejores, más fuertes, más solidarios, más generosos. Y ojalá fuera así. Pero, francamente, tengo mis dudas. No sé si seremos capaces de aprender la lección de humildad que un virus invisible nos ha enseñado. En nuestras manos está. Y la vida sigue.

Hace unos días, una de nuestras queridas “pelayas” me trasladaba su deseo de una feliz Navidad y, subrayaba, “vivida desde dentro con gozo”. Quizá ese sea el secreto. Que las luces, la música o los anuncios no nos nublen la vista y se conviertan en los árboles que nos impidan ver el bosque. Me sumo a esa hermosa felicitación y, de todo corazón, a pesar de las dificultades, les deseo ¡Feliz Navidad!

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