Cuando de guaje me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre contestaba lo mismo: “ … profesor, para tener muchas vacaciones”. No lo puedo negar y no me equivoqué en la elección vocacional. Nací en una escuela, la misma en la que mi madre (sin titulación universitaria), preparó durante más de 20 años a una legión de escolares y vecinos del ovetense barrio de La Tenderina para el “examen de ingreso” a primero de Bachillerato. Mi propia abuela había hecho lo mismo en Tapia de Casariego, en la Casa da Fábrica (más tarde Salón Edén), en la Casa da Fonte, y después en El Cuitelo. Siempre en una situación muy precaria en razón de los tiempos, y en los que el pizarrín para escribir, previo afilado en una piedra, era el artilugio de última generación a emplear por toda la muchachada tapiega.

Años después, sin prisa pero sin pausa, (incluidas largas tunanterías y conciertos corales por medio mundo), me acredité a la primera como profesor de Enseñanzas Medias, se llamaba por entonces. Sin interinidad alguna y a porta gayola, me esperaba el llamado territorio MEC que abarcaba todo el solar español, y Extremadura me dio el primer gran abrazo. Después, Castilla la Vieja (que se decía), de la que tengo la mitad de mi sangre, y la villa de Toro más allá de un destino, hizo que mi estancia en aquellas tierras me obligara a volver cada año al menos una vez, por aquello de que recordar es vivir dos veces. Ya en mi patria querida y antes de asentarme en Vetusta, la cuenca naloniana me invitó musicalmente a doctorarme no sólo en el ámbito universitario, propiamente, sino en el referido al conocimiento de la Asturias profunda, nunca mejor dicho, donde la mina era, ya no es, la seña de identidad de los pueblos de la cuenca del Nalón.

Desde la primera hasta la última clase, he tratado de formar sin deformar, de crecer para estar al día, de trabajar en equipo junto a veteranos y noveles, de aprender de los errores tanto como de los aciertos, de escuchar y hasta de ser escuchado en modo bilingüe, por aquello de los nuevos tiempos. Y es que entre las ventajas de trabajar con adolescentes, está el mantener una mentalidad igualmente joven, tan abierta y receptiva, como firme en los planteamientos didácticos, no sólo en los propiamente académicos, sino también en los puramente humanos en los que “la vida sale al encuentro”. A todos, ya después de la última clase, mi agradecimiento más profundo y emocionado.