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José Ramón Castañón, Pochi

Personas sin hogar

Las calles solidarias y solitarias de la capital asturiana

A escasos metros de mi casa, en la misma calle por la que transito cada día, me encuentro con Antonio y Chema, dos hombres maltratados por la vida, dos indigentes como les decimos, dos personas sin hogar que pasan estos días navideños a la intemperie, en un inhóspito soportal, como llevan ya muchos años, según me cuentan. Viven en la calle, en la soledad y el desprecio social más absoluto, sin familia, sin dinero, con problemas de salud graves, con una terrible historia de enfermedad mental y rechazo de perfiles terribles.

La responsable de Cáritas Oviedo, en el proyecto para personas sin hogar, me dice con rotundidad que la vivienda, algo parecido a un hogar, es la herramienta fundamental para la vida digna de una persona, sin hogar no hay motivación para vivir, nada a lo que agarrarte. Algo tan simple como un espacio que te da seguridad, que posibilita tu desarrollo integral como ser humano, que te otorga la pertenencia y el sentido de comunidad.

El Ayuntamiento, en colaboración con Cáritas y otras instituciones sociales, hace tiempo que lucha contra ese terrible fenómeno del sin hogarismo. El Albergue Cano Mata recoge, con todas las restricciones de esta pandemia, a más de 60 personas, además de una amplia red de pisos de inserción, el Centro de Día para personas de la calle o el Centro de Encuentro y Acogida, que multiplican estos números hasta cifras que deberían ruborizarnos a todos los ciudadanos de una ciudad que tiene a gala la acogida y la solidaridad. Pero lo más grave es el número indeterminado de personas que viven en la calle, sin absolutamente nada más que el abrigo de un cajero, un soportal, o una casa abandonada, y unos miserables cartones, o la triste compañía de un tetrabrik de vino. Cáritas habla de un número que se mueve entre las 20 y las 60 personas en nuestra ciudad; incierto, pero triste, son demasiadas personas privadas de todo, y todo en medio de una vorágine de gasto y dispendio navideño.

El análisis, y mucho menos el juicio, no es nada fácil. La mayoría de ellos llegan a esta situación por ausencia de recursos económicos, por sucesos personales y familiares traumáticos, adicciones, enfermedad mental, pérdida de vínculos familiares, erosión vital, una pendiente de soledad que se acelera hasta la exclusión. Y no por capricho, falta de voluntad o de esfuerzo.

Los recursos de nuestra ciudad para responder a este problema social son cada vez más limitados; la sensibilidad ciudadana despierta, pero todavía mantiene en algunos sectores un cierto sentido de aporofobia, (de aversión, temor y desprecio hacia los pobres), acuñado por Adela Cortina, tendemos a excluir a aquellos que nos pueden traer problemas o de los que no podemos sacar ningún provecho. El pobre, el marginado, el vulnerable, no participa en ese juego del intercambio porque no parece que tenga nada bueno que ofrecer a cambio, ni siquiera indirectamente. En vez de entender la pobreza como un fracaso social, se reacciona despreciando y culpando a los pobres de su situación, o en el mejor de los casos, aplicándoles una presunción de culpabilidad.

Este miedo irracional alimenta el círculo vicioso de la exclusión y la marginación, porque tiene una incidencia dramática en la autoestima de las personas, que retroalimenta la espiral de degradación. El discurso aporófobo tiene como consecuencia la deshumanización y cosificación de las personas, y en su versión más sádica puede traducirse en violencia verbal o física: burlas, insultos y vejaciones.

No pretendo caer en el pesimismo social. No puedo olvidar el ejemplar trabajo que desempeñan una multitud de organizaciones sociales y ciudadanos voluntarios en defensa de la dignidad de las personas sin recursos.

Hago un llamamiento a nuestro Alcalde a potenciar o recuperar espacios, viviendas abandonadas, y crear una red que tenga como objetivo acompañar a las personas sin hogar en sus procesos de recuperación de la autonomía personal. Tratar de mejorar la respuesta de los servicios de atención a estas personas, y luchar por el reconocimiento de sus derechos, haciendo especial hincapié en la protección de las personas en situación de calle.

No quiero pecar de ingenuo, ni de soñador, me gustaría que la utopía de una sociedad inclusiva e igual para todos se haga realidad, al menos en nuestra siempre acogedora ciudad. Yo seguiré llevando un poco de comida caliente y unas pocas palabras de alivio.

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