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José Ramón Castañón, Pochi

Papa Francisco: del cuidado a la cultura de la paz

El Papa Francisco, ante la nueva Jornada por la paz del primero de enero, nos sorprende con un mensaje sencillo, de palabras limpias y valientes, pero cargado de rotundidad, de una clarividencia en su análisis de la realidad mundial que tendría que ruborizar a nuestros mediocres politiquillos de cortas miras y escasa perspectiva.

En un mundo global que se multiplica en crisis (climática, alimentaria, económica, migratoria), que se degrada por la terrible pandemia. Un mundo que es un caldo de cultivo para todo tipo de posicionamientos que enfrentan y degradan las relaciones entre los hombres, los pueblos y la creación entera. El Papa vuelve a invitarnos a que nos hagamos cargo los unos de los otros, no pretende soluciones mágicas ni suplantar las grandes decisiones políticas, nos propone claves sencillas, como la construcción de una sociedad basada en la fraternidad, pero teñida de un concepto muy de Bergoglio, el cuidado, como antídoto de la indiferencia, del rechazo, de la confrontación, como uno camino hacia la paz.

Es cierto que los argumentos de Francisco no tienen el calado que humilde nos mostraba Ratzinger, pero tienen la fuerza de lo humano y la contundencia de la sencillez. Tomando la mítica escena del Edén, descubre una senda que no podemos dejar de transitar, “el cuidado de la propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad y la justicia”.

Pero la fuerza de sus palabras sale de la doctrina social de la Iglesia, con un modelo, la caridad activa, y una gramática con reglas muy bien definidas: la promoción de la dignidad y los derechos de las personas, la solidaridad con los indefensos, la búsqueda del bien común y la preocupación por la naturaleza. Reglas que construyen principios categóricos irrenunciables, muy al estilo de los intelectuales de la Ilustración: como clave y fundamento de todo derecho universal, la persona como fin en sí mismo y nunca como instrumento, lejos de todo utilitarismo fragmentador de dignidades, que justifica toda forma de explotación y sometimiento. Como segunda clave la universalidad, actuar y vivir como si nuestra responsabilidad legislara para el resto de conciudadanos, cada decisión, cada pequeño acto se convierte o debería convertirse en norma universal de convivencia, en compromiso con la totalidad de la sociedad. La tercera clave, muy sartreana, los otros son mi responsabilidad, el rostro del otro es una llamada permanente a dar una respuesta que le defina tal como yo mismo quiero ser y vivir. Y por último, el principio de la casa común, no solo vivimos en red con los otros, sino que estamos en conexión vital con la naturaleza en su totalidad.

En medio de un mundo del descarte no queda más remedio que asumir la senda del cuidado. Todavía son muchos los que no viven en paz, niños, mujeres, enmiseriados y explotados, hambrunas, migraciones forzadas, y la peor de las lacras, infinidad de conflictos bélicos silenciados y alentados por el derroche salvaje de los vendedores de armas. Un derroche que bien podría convertirse en un fondo mundial para la promoción de la paz y el desarrollo humano integral.

Como decía Pablo VI, “no temáis a la Iglesia, que promueve la libertad, educa y levanta a los pobres”. No tengamos miedo a subirnos en la barca de la humanidad y del cuidado, donde viaja el compromiso por la dignidad de todos y de todo, por la reconciliación, el respeto y la paz.

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