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Franco Torre

El Museo Arqueológico merece una oportunidad

Sobre el proceso abierto para elegir al nuevo director de la institución

El Museo Arqueológico de Asturias volvió a nacer hace casi diez años. El 21 de marzo se cumplirá una década de su reinauguración, tras una intensa obra de rehabilitación y ampliación que obligó a cerrar el equipamiento durante nada menos que ocho años, y que precisó de una inversión de 11 millones de euros. Al contrario que otros equipamientos gestados en aquella época y promocionados como “la palanca de una nueva política cultural en Asturias”, cuyo nombre ni siquiera merece figurar en el mismo texto dedicado a una institución como el Arqueológico, este museo sí conectó, y de manera inmediata, con la ciudadanía. Sí mereció el aplauso unánime de los asturianos, y cada céntimo que se invirtió en aquella obra.

Diez años después, el Arqueológico, una pequeña joya oculta en el casco histórico de Oviedo, atraviesa un momento crucial. Ignacio Alonso, que ha dirigido la nave los últimos ocho años, se ha jubilado, y la Consejería de Cultura ha desechado convocar el pertinente concurso público para elegir al nuevo director, optando por aplicar un mecanismo que, aunque legal, quizás no sea el más adecuado en estos momentos, como es el de seleccionar al candidato por comisión de servicios. Un procedimiento que no se corresponde con el que marca el Código de Buenas Prácticas en Museos y Centros de Arte que rige este tipo de procesos, y que aboga por una convocatoria pública y abierta que prime los méritos curriculares y un plan de actuación realizado ex profeso para la institución.

Activar una comisión de servicios, en cualquier caso, no implica que la elección tenga que ser errónea: todo depende del criterio que guíe la elección. Ese fue, realmente, el mecanismo por el que Ignacio Alonso tomó las riendas del museo en diciembre de 2012, pero el escenario es completamente distinto. La llegada de Alonso al Arqueológico se produjo tras la abrupta renuncia de Javier Fernández Moreno, quien sí había accedido al cargo tras un concurso público, y que renunció apenas un año después. Alonso asumió la dirección de un museo joven, que atravesaba una inesperada crisis tras la salida de Fernández Moreno, y que necesitaba una mano firme que apuntalara su prometedor proyecto expositivo. Hay que valorar muy positivamente la etapa de Ignacio Alonso al frente del Arqueológico.

Supo entender la idiosincrasia de la institución y amoldarse a ella, asumiendo además el papel tutelar que adoptó la Dirección General de Patrimonio, y mostrándose siempre abierto a colaborar con toda aquella institución, pública o privada, que se dirigía al museo. A Alonso no se le recuerda un mal gesto ni una decisión controvertida, lo cual es de agradecer en el siempre convulso territorio fronterizo entre la cultura y la política. Mantuvo el rumbo, esquivó las tormentas y, básicamente, hizo lo que pudo con los medios que le dieron.

Ahora, lo que necesita el museo es otra cosa. Con esos diez años asomando en el horizonte, el Arqueológico tiene que encontrar a un director que lidere un proyecto museístico acorde a esta época, a los años veinte de un siglo XXI que demanda otra relación entre las instituciones culturales y la ciudadanía. Y es obligación de la Consejería de Cultura encontrar una fórmula que permita hacer aflorar ese líder que necesita el museo, una persona independiente, que pueda mantenerse al margen de los vaivenes políticos y tenga la libertad suficiente para aplicar una gestión profesional y basada en criterios museísticos, a fin de mejorar y actualizar los protocolos y los recorridos del museo, y también su política de personal, para recuperar ese sexto día de apertura tan necesario. Una figura que tenga además la preeminencia suficiente para reorientar el esfuerzo de los conservadores del museo, que se cuentan entre los mayores especialistas en su ámbito de la región, para que le ayuden a armar una programación atractiva y sustancial, que reconecte con la ciudadanía. Un director, en suma, que sea para el Arqueológico el mismo revulsivo que ha sido Alfonso Palacio para el Museo de Bellas Artes de Asturias, referente en su rango a nivel nacional y una institución ejemplarmente gestionada, que cada año supera todos los límites que le imponen el raquitismo inversor de las administraciones públicas y la falta de una visión panorámica del sector cultural asturiano.

Si la Consejería de Cultura persiste en orientar la búsqueda del nuevo director con opacidad y bajo criterios que obvien la idoneidad para el cargo, seguramente encontrará a alguien dócil y manejable, y previsiblemente en sintonía con la orientación ideológica y lingüística de la actual administración. Pero es también seguro que no será el mejor candidato, ni el director que necesita un Museo Arqueológico que, por trayectoria y posibilidades, merece tener la oportunidad de crecer.

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