La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Ramón Castañón, Pochi

¿Gobierno central o autonomías?

La metáfora del consenso político y el consenso familiar

Quien más y quien menos ha levantado alguna vez la alfombra del salón para ocultar porquerías ante visitas inoportunas o escondido bajo el felpudo las inconvenientes basurillas embargados por una inusitada pereza que nos aleja de un recogedor que limpie la entrada a nuestra morada. O tal vez hayamos dejado las pruebas del delito en los espacios de otros para descargar cualquier culpa o sospecha sobre nuestra responsabilidad.

Esta acción tan variopinta, a la vez que extendida y aceptada, se refleja también en este país nuestro. Constituido por una cascada de gobiernos y desgobiernos, en la que los que están más arriba van levantando disimuladamente (poniéndose de perfil o mirando para otro lado) la Piel de Toro, cual alfombrilla del baño, para ocultar cochinadas, y que el siguiente muerda el polvo. Las fechorías, despropósitos, negligencias, incapacidades, miedos ideológicos a tomar decisiones de poco rédito electoral, de unos son recibidas por los otros y así, sucesivamente, se va engrasando la máquina nacional, que increíblemente no deja de moverse quizás porque más abajo, en los engranajes sustentadores, hay unos operarios, una población, mucho más digna que sus patronos.

Me gustaría que conocieran a Basilio, el de la tienda de la esquina, que lo mismo me vende unas jugosas manzanas como unos gramos de chopped. Basilio se casó muy pronto y, como otros tantos de su generación, entregó al mundo una extensa prole familiar. Basilio quiere a sus ¡17 hijos! por igual: a todos ofreció las mismas oportunidades y a todos sigue hoy amparando sin distinciones. El resultado de su magnífico plan educativo son 17 hermanos que, de momento y ojalá no me chafen la moraleja, son una piña a imagen y semejanza del padre. Las decisiones, los problemas, las bonanzas y las malas, todo se consensua y se comparte, sabiendo que Basilio siempre ampara, cubre las espaldas y decide.

Cierto es que mi bonachón tendero no tiene que lidiar con decisiones de envergadura estatales, pero Basilio no es tonto y escucha las noticias impávido preguntándose a qué se debe el silencio o la desaparición del gran padre de familia (o padres/madres) al que lógicamente afecta y corresponde el gobierno de la totalidad de una sociedad. Estos días, él no ha tenido que dilucidar entre competencias gubernamentales o autonómicas: no han caído a sus manos documentos sobre qué hacer con el IVA de la luz, los planes de vacunación, las restricciones frente a una pandemia, los controles de aeropuertos o las previsiones de sobra anunciadas frente a Filomenas. Basilio tampoco sabe de planes educativos, ni de panfletarias monárquicas o feminoides, no sabe de impuestos ni de ERE, ni de salarios sociales, ni de miserias de gentes sin luz ni calefacción...

El hombre, siempre dicharachero y con sorna única, mientras levanta un saco de patatas carcajea su perorata: “Parezme que hay un líder dentro de mí. Pues anda que si no hubiera yo consensuado con los mis guajes y si me hubiese in-hi-bi-do…”. Todo ternura se acaricia la barriga sobre un suelo de su pequeño dominio, siempre libre de alfombras y otros artilugios tapa-mierdas.

Habrán ya caído en la cuenta de que Basilio no existe y que en la esquina de mi casa no hay tienda, así que no vayan a buscarla. Este personaje muy común en nuestras calles, me provoca ternura, admiración, no así otros más poderosos que deberían ser su alter ego, el que arrastra una pesada palangana tal cual Pilatos Pretor, el gran pater familiae que debería cuidar, amparar, atender y mimar a sus 17 hijos por igual, y no abandonarlos en el fango de sus pequeñas e imposibles decisiones, o entregarlos para crucificar por los opinadores ideológicos y los tertulianos de andares sesgados.

No sé qué pensaran los Basilios de nuestro país, pero yo me pregunto ¿para qué queremos un gobierno central, que necesidad de gastar tanto en sueldos innecesarios e incompetentes, si ya nos quedan los maniatados gestores autonómicos? (de uno u otro sesgo, ¡válgame el cielo!) He ahí la cuestión. Y si no se deciden, siempre nos quedará la UME, o algún Basilio que esté a la altura y sepa responder como padre de esta gran familia.

Compartir el artículo

stats