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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Paseando con Doug Sides

El paso por Oviedo de un secundario de lujo en la escena del jazz internacional

El otro día escribía Chus Neira en este periódico una breve historia de los festivales de jazz en Oviedo. Incidía especialmente en ese mítico que fue de los años 84 al 91 por el que pasaron Miles Davis, Dizzie Gillespie, Duke Ellington y tantos otros. Después, una larga lista de desatinos políticos, apuestas bravas y cancelaciones vergonzosas, que ponen de relieve que en nuestra ciudad no es fácil organizar una programación de jazz, pero lo realmente difícil es organizar la segunda.

En su recopilación, Chus repasaba también algunas propuestas privadas. Estuve implicado en una de ellas, el desastroso Jazz Primavera de 2009. Resumiendo, como promotor me pegué una galleta como un campanu. No era el momento ni la situación, cometí varios errores de bulto que me ahorro contar por falta de espacio y de interés. Pero también tuvo sus cosas buenas. La música, principalmente, y algunos momentos de alta calidad personal con los artistas que contratamos.

Guardo con mucho cariño en mi memoria las horas que pasé con Douglas Sides. Doug es baterista. Un currante, un secundario de lujo dentro de la escena internacional. Tiene un currículum impresionante como acompañante de maestros como Lionel Hampton, Hank Jones o Illinois Jacquett, como músico de estudio de alguno de los principales sellos discográficos y una tímida aunque encantadora carrera como líder y compositor.

Cuando le vi por primera vez me impresionó su aspecto. Un afroamericano corpulento, de aire intelectual, elegantísimo con su abrigo de paño, su sombrero borsalino, sus guantes y su maletín de cuero. Venía de un viaje largo con varias escalas y retrasos, cansado y hambriento. Nada más desembarcar en la ciudad tuvo la cortesía de atender a LA NUEVA ESPAÑA sin pasar siquiera por su hotel. Eso sí, lo hizo mientras devoraba varios pinchos del famosísimo jamón asado de Serafín, especialidad de la sidrería El Ovetense y orgullo de cualquier carbayón que se precie de serlo.

Douglas y yo pasamos dos días paseando por la ciudad y hablando de música a pesar de las limitaciones de mi inglés. Me contó que su deporte era tocar la batería, que mientras pudiese tocar su salud sería buena. Que había escogido ese instrumento durante sus estudios en la Berklee College of Music porque lo consideraba el más moderno, la gran aportación a la orquestación del siglo XX. Una evolución individual de la percusión clásica. Para hacer lo que yo hago, me dijo, en el siglo XVIII harían falta cinco personas.

Se me ocurrió comentarle que había estado escuchando su último disco y que me había recordado mucho al sonido de Herbie Hancock. Me observó muy serio y en silencio durante unos segundos eternos antes de responderme: “Llevo toda la vida esperando escuchar eso de alguien. Es el músico al que más he admirado. Mi mayor referente. Logré tocar con él algunas veces, en clubs de Nueva York. Gracias, nunca olvidaré tus palabras”.

Al concierto, en el que estaba acompañado por el pianista catalán Joan Monné, sólo asistieron una treintena de personas. Él tocó con el entusiasmo y la intensidad de un adolescente. No hemos vuelto a coincidir, claro, aunque le sigo por redes sociales y sé que continúa actuando. Por tanto sigue en forma. Por supuesto, tampoco esa vez hubo segunda edición.

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