Asturias es tierra de castañas y de horneadores castañeros en muchas ciudades y villas del Principado. Y es Oviedo donde los puestos callejeros de asado de castañas tienen su valor y su sentido para satisfacer las sensaciones sápidas en esos días fríos del otoño e invierno. Y las castañas son fruto sabroso y muy nutritivo, la pena es que en Asturias está muy abandonado a su suerte, sin un aprovechamiento adecuado como recurso agrícola, salvo en honrosas excepciones. Hay muchos castañales en la región y algunos ayuntamientos intentaron promover acciones para revitalizar esos frutos, y casi todo se quedó en empeño. Esas variedades tan asturianas como la valduna, la chamberga o la miguelina tienen mucho futuro productivo por su calidad organoléptica y su estilo, pero por ahora sólo quedan realidades industriales en muy pocos rincones de Asturias. Aquí hace falta una revolución agrícola con nuevas actuaciones y muchos injertos para recuperar la estupenda castaña regional que tanta “fame” quitó en otro tiempo. Por este territorio astur existen más de sesenta variedades castañeras, y unas trece que se utilizan para el consumo, casi reducido al familiar. La mayor parte de las castañas que se consumen en nuestra tierra proceden del Bierzo, en León, Galicia, Cáceres y Zamora. Y las autóctonas, olvidadas en sus árboles montunos. ¡Pobre Asturias!

Y, hablando de castañas, tengo que referirme a esos nobles castañeros de Oviedo que tan bien trabajan el asado de ese fruto natural. Y uno de ellos es Pelayo Trueba, perteneciente a la tercera generación de una saga comercial de nacencia en el Valle del Pas, en Cantabria, tierra de emigrantes dedicados a los barquillos, los helados y a la buena preparación de castañas. Y mucho antes, gentes llamadas foramontanos, que sirvieron para repoblar las tierras conquistadas a los moros en el sur de España. Y Pelayo Trueba está muy satisfecho de esos genes marcados por el esfuerzo, la historia y el sentimiento hacia un terruño que ha bebido a través de los años en la tradición y las costumbres propias de un pueblo sabio. Y desde octubre hasta estos días invernales, Pelayo Trueba, desde su kiosco de castañas próximo a las Salesas, ve pasar la vida. Con su técnica de preparado para dar el toque idóneo a esas castañas sabrosas, explica al personal la procedencia del fruto y el tiempo ajustado de calentamiento. Son castañas zamoranas de calibre ideal, pelan muy bien y alimentan el espíritu. Yo le digo que sólo le falta la sidra dulce del “duernu” para armonizar un buen magüestu. Dice que para el próximo año lo pensará. Sus castañas son muy equilibradas de sabor, tienen mucho potasio, hidratos de carbono, vitaminas y muy pocas calorías, y son buenas para el tránsito intestinal, la memoria, la próstata y la depresión. Por algo, en este tiempo de pandemia, las ventas aumentaron, y Pelayo Trueba se mostraba muy parlanchín con sus clientes orientándoles a probar un fruto natural que oferta calidad y dicha. Estos días, los nobles castañeros de la ciudad cerrarán sus puestos hasta el próximo año. Después llegarán los helados. Y la vida sigue en su rueda animosa e imperturbable.