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Gonzalo García-Conde

Crítica / Festival de Jazz

Gonzalo García-Conde

Andrea Motis, la música fácil

Andrea Motis, durante su concierto en el Filarmónica. | Luisma Murias

Lo que tiene el jazz que lo diferencia del resto de géneros musicales es que todos los géneros musicales caben dentro del jazz. Es como si existiese un idioma universal que sirviese de nexo entre todas las lenguas del mundo.

Es por esa razón por la que siempre me ha parecido muy injusto etiquetar un concepto musical tan amplio, con esa capacidad de recursos y de adaptación, con un origen tan humilde, como algo muy intelectual y alejado del público popular.

Cierto que el sonido, en su evolución a lo largo de la historia, ha alcanzado cotas de sofisticación que justifica de alguna manera esa fama. También, que el público objetivo que tiene, y en este caso me incluyo, tenemos la tendencia a ponernos estupendos cuando hablamos sobre el tema. Pero resulta muy lamentable que ese pecado de vanidad aleje a otros públicos de conciertos que les gustarían. Solo es música y sirve para disfrutar.

En ese sentido, un concierto de Andrea Motis es, al mismo tiempo, el más sencillo del mundo para un espectador novel y una experiencia encantadora para cualquier aficionado. Tiene el sabor de un café y un buen libro en casa un domingo por la tarde. El de una pieza de fruta a la sombra en la playa de Copacabana. El de una cena de gala en el Ritz de los años cincuenta.

La Motis, vista desde el patio de butacas, tiene ese aire frágil como de Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”. Da la impresión de que podrías hacerla desaparecer como una pluma con el más leve soplido. Y eso que ya es toda una mujer. Era apenas una chiquilla de 13 años cuando el contrabajista Joan Chamorro descubrió su talento. Al cumplir los 15, ambos grabaron su primer disco (“Joan Chamorro presenta a Andrea Motis”) y dejaron boquiabierto al mundo entero. Triunfaban en todos los festivales por los que pasaban, compartían cartel con auténticas leyendas vivas y llamaron la atención del mismísimo Quincy Jones. No era ya una simple adolescente, sino una trompetista de verdad, con un lenguaje vigoroso y delicado.

Por el camino, con ocho discos publicados y preparando el noveno, sin dejar del todo atrás los “standards” que marcaron sus primeros trabajos, cada vez apuesta con más fuerza por su carrera como compositora. Sin perder ese color latino con tanto swing que caracteriza su sonido.

Poco a poco ha ido sumando al proyecto a algunos de los primeros espadas de la escena nacional de jazz que forman el actual “Andrea Motis Quintet”. Un auténtico All Star con el maestro Ignasi Terraza al piano, Esteve Pi a la batería, Josep Traver a la guitarra y el propio Chamorro encargándose del contrabajo. Caballeros que luchan en una cruzada por devolver las buenas vibraciones y la elegancia a un mundo en crisis.

Con todo eso a su favor, Motis canta e interpreta solo canciones que le gustan muchísimo. Le da igual si son archiconocidas o perfectamente desconocidas. Propias o ajenas. Indie, canción de autor o Brasil. Ella las traduce todas a su sonido. Dejó en Oviedo momentos sublimes con algunas composiciones que aún no ha grabado, tanto como con el “Mediterráneo” de Serrat como con la “Dança do Solidão” de Paulinho da Viola.

Lo hizo todo tan fácil que al final me volví a casa canturreando el clásico “My favorite things” de “Sonrisas y lágrimas” y pensando que a Vetusta le hacía mucha falta un concierto luminoso, dulce y para todos los públicos como este. Una velada encantadora.

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