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José Ramón Castañón, Pochi

Una “gran faena”

Un torero con luces moradas ante la vaquilla Democracia

Panparabarabarapán, panrabarabarapán,… Los clarines sonando a todo trapo al son de Bizet y el sol cayendo a plomo sobre el tendido. ¡Asistamos de manera emocionada a “la fête du curage!”. En la triste arena del coso español. “¡Allons, allons!”.

Convencido de que la utilización de elementos taurinos para narrar peripecias de los socios de gobierno no será del agrado de algunos, voy a conducirme por veredas castizas a fin de lograr el disfrute con su fallida faena que, sin duda, será una “gran faena” para otros muchos. Prepárense pues para vivir el espectáculo, de corneos y estocadas, de bravuconadas ignorantes, por antonomasia: asienten bien sus posaderas en la almohadilla y vean los toros desde la barrera, como tanto nos gusta hacer en nuestra malograda España.

La cuadrilla inicia el paseíllo con el vicepresidente del gobierno a la cabeza enfundado en moradas luces. Se han olvidado del depredador taurino que ha contratado esta burlesca cuadrilla. Incluso algunos banderilleros y picadores se han quedado quejosos tras el burladero, que es lo que les gusta hacer con los pobres espectadores que somos. Plantado en medio del ruedo, con el mundo por montera y marcando paquetín moñero, hace girar su cuerpo sobre manoletinas de diseño, que su amada folclórica casera le ha enseñado en cansinas tardes de falso postureo, mientras escupe la arena española que le alimenta, le ampara y le enriquece en simpar pirueta bolivariana.

Esperando al primer toro de la tarde, 47 millones de pares de ojos se posan sobre la puerta del toril para ver aparecer a la criatura más hermosa, brillante y esplendida disfrazada de vaquilla, a la que le han colgado nombre singular: “Democracia”. Es una suerte que al público no parezca importarle el género de la bestia que recorre la arena; todos sacamos pañuelos y pañoletas, con el pan y circo primigenio que sus bondades cada día nos regalan, conformándonos con observar a la criatura de suave y tierno pelaje embarullarse en sus torpes movimientos, sin poner remedio a su malogrado porvenir.

El matador de dentadura marfilea sonríe, se frota las manos, alardea encorvado y se jacta de ser la única anomalía frente a Democracia: ser el impostor, que tras ademanes de solvencia populista, demagógica y neofascista, decida asestarle dolor y muerte a ese pobre toro de cuernos recortados, ¡pobre democracia de baja calidad!

Bastará una sola banderilla para que Democracia hinque sus patas ahogada por el clamor popular: “¡toréador en garde!, ¡toréador en garde!…”.

Las astas rascan el suelo y la lengua, como alfombra grana, ladea escurriendo babas de terror. Vilipendiada y machacada, Democracia no puede hacer nada al rejón de destrucción que se esconde bajo la muleta del encantador de masas y ruin asesino de bondades. “Coplas deben salirle a semejante guayabo, al que ¡por Dios! han de darle las dos orejas y el rabo”.

A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde cuando el profesional a dos bandas y diestro de la discordia, era sacado a hombros por sus secuaces, taimados alborotadores del coso, pertrechados de aires marxistas que esconden oxígenos aburguesados. “La coplilla de inicio gozoso tiene grandes visos de tragedia, si el cantamañanas no se le corta el pontronel moño… o la coleta”.

Panparabarabarapán, panrabarabarapán…

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