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José Ramón Castañón, Pochi

Había una vez... un circo

El cambio de actitudes y pareceres de una parte de la sociedad y la nueva clase política nacional

Mientras que somos muchos los que aún tarareamos el estribillo que los payasos de la tele regalaban a un país en metamorfosis y del que saldrían tímidas alas para sobrevolar derechos perdidos, otros muchos no saben de qué rayos estoy hablando.

Muchos millennials, como la ínclita abogada del Hasél y otros tantos politiquillos adanitas piensan que ellos han inventado la libertad o que son los flamantes descubridores de la Democracia, o que solo ellos saben de política, de manifestaciones y otras pequeñas batallas cotidianas…

Qué curioso, por no decir impactante, cómo el olvido y la selección se hacen fuertes entre las y los jóvenes tertulianos que recalientan sillones en cadenas pagadas. Aquellos que hasta no hace mucho pedían respeto a las generaciones de nuestros padres y abuelos son ahora los mismos conspiranoides irreverentes y soberbios que cuestionan episodios nacionales, como por ejemplo un golpe de Estado, vividos y sufridos en carnes por nuestros octogenarios.

Palmas al aire y canten conmigo: “Había una vez… un circo que alegraba…” ¡Vengan a nuestra carpa! Tenemos payasos nuevos que alardean de gestitos displicentes y de desacuerdos tuiteros mientras cobran un sueldazo para poner en práctica su falta de sentido y cortesía institucional.

Disfrutemos de funambulistas babosos paseando sobre una interesada cuerda tensada entre la realidad democrática manifiesta y el borronazo de libertades que tanto nos han costado conquistar…

No faltan los magos de la mentira y de la ignorancia, los imbéciles y analfabetos quematodo, “proponidores” de brillantes ideas, falseadores de la verdad que justifican que unos niñatos sin pasado, sin presente y de dudoso futuro, a no ser que se afilien a determinado partido o sindicato, cuyo único argumento para construir un país es quemar, destrozar y robar a golpe de cámara y de ridículo adoquinazo.

Disfruten también de equilibristas sectarios subidos en argumentos imposibles alardeando de soflamas universitarias como el yo más, si no piensas como yo eres un facha, la monarquía es un fraude, nuestro sistema no funciona, amordacemos la libertad de prensa y reinventemos la historia con retorcidos argumentos para ver si cuela.

Y los hombres-bala, cañoneros de la maquinación, lanzados con salvas sin rumbo hacia un vacío de ideas que su cerebro atesora… Como los viejos inquisidores, aquellos que tan bien retrataba Dostoievski en los hermanos Karamazov, los del milagro a golpe de promesas de pan y subvenciones, el misterio de falsas verdades convertidas en falsos dogmas que apaciguan conciencias, y la vieja autoridad incuestionable, pues solo con ellos hay progreso y futuro.

Nuestro circo es el esperpento que provoca carcajadas, vayas a donde vayas. No hay político europeo que no se haga cruces ante la falta de sentido común y mucha menos simpatía en las palabras, actuaciones, decisiones y maneras de nuestros politiquillos ya sean de un lado o de otro. Mientras, los españolitos nos encomendamos a la santa compaña o la Virgencita pidiendo el milagro: ¡que me quede como estoy! ¿A qué santo podremos rezar para recuperar la única definición que por payaso, funambulista, mago, equilibrista u hombre-bala entendemos?

De momento miramos absortos y avergonzados la poca gracia que hacen las jetas y manos en las que nos encontramos en estos graves momentos de nuestra historia del Gran Circo Nacional.

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