La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Los días del “Resistiré”

Un año de las estampas que el confinamiento llevó a las ventanas

Me niego a transcribir el nombre del virus maldito. No lo he hecho en todo el año y no lo haré si puedo evitarlo. Merecería una de aquellas maldiciones faraónicas que condenaban al olvido y borraban para siempre de la Historia al castigado. Se prohibía cualquier mención, se destruía cual fuese el dato que pudiese ayudar a recuperar su memoria.

Quién nos lo iba a decir. Más de un año desde que nos metieron en casa, desde aquella muchacha que llegó llorando al HUCA porque pensaba que era el primer caso de Asturias. Desde las mascarillas, los geles hidroalcohólicos y la “policía de balcón”. Un año desde la crisis del papel higiénico y los estantes de supermercado vacíos.

A pesar de todo, la pasada fue una primavera soleada que sólo vimos por la ventana cuando nos asomábamos a aplaudir a los sanitarios. Aquello de los aplausos fue una iniciativa muy chula. Un homenaje digno que nos puso, además, en contacto con nuestros propios vecinos. A veces vivimos tan rápido que no conocemos a los que tenemos más cerca. Gracias a aquello le pudimos poner rostro a tantas ventanas anónimas. Descubrimos que nuestra calle, nuestra gente, nos gustaba más de lo que pensábamos.

En todos los barrios brotaron los pinchadiscos voluntarios. En mi zona asumieron ese rol los de una vivienda de la acera frente a la mía. Con puntualidad exquisita, sacaban cada día los altavoces al balcón y ponían a todo volumen el “Resistiré” del Dúo Dinámico. La que parecía ser la madre de esa familia se reveló como una señora muy marchosa que nos animaba a seguir el ritmo de la música con nuestras palmas. A continuación, siempre pinchaban la de “Color Esperanza”, que les parecía a ellos que iba muy bien con el asunto.

En un edificio a mi izquierda los vecinos salían a unos balconcitos que tienen y se saludaban y despedían muy efusivamente. Eran todos de edad bastante avanzada, claramente población de riesgo. Me preocupaban, un estornudo a destiempo del inquilino del ático podía haber dejado desierta la siguiente reunión de la comunidad de propietarios.

Justo enfrente de mis ventanas había una pareja que cada día grababa esos momentos de comunión vecinal y después lo colgaban en Instagram. Obviamente, era a mi familia y a mí a quien se veía aplaudiendo, razón y motivo por el que tuve que renunciar a la comodidad y volver ponerme pantalones. Al menos durante ese rato.

Justo a la izquierda de estos, una pareja muy simpática a la que nunca había visto antes nos saludaba sonriendo muy cortesmente. Él llevaba un collarín y por alguna razón que desconozco sólo aplaudía de perfil. Me gustaría saber cómo le va, si está mejor de lo suyo.

También había una muchacha soltaría que no aplaudía pero que se asomaba a fumar a aquella hora y a mi derecha un mozo que se pasó todo el confinamiento vestido de ciclista. A mí me parecía que se echaban miraditas, quizá entre ellos prendió la llama del amor.

Un buen día, nuestros djs discurrieron cerrar la sesión poniendo el Asturias Patria Querida. Fue un acierto, un exitazo. Los de una terraza grandona ondearon nuestra bandera asturiana usando como mástil una caña de pescar. Fue tremendamente emotivo, aunque nos dejase las ganas de pedir un culín de sidra y una andarica. Somos muy de lo nuestro, los asturianos. De lo que nos presta. Eso sí, del “Resistiré” acabamos hasta el moño. Maldito virus. Pronto se cumplirá un año sin escucharla. Y lo que queda.

Compartir el artículo

stats