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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

“Nosferatu”: El oscuro poder de lo inevitable

Se suele decir que un día de sol en Asturias vale por todo un verano. El Domingo de Ramos fue una de esas jornadas luminosas de cielo azul que llenan con multitudes todas las playas, los senderos y las terrazas. A media tarde Vetusta vivía ese solaz veraniego, esa cadencia al caminar de cuando los rayos de sol acarician tu piel. Los armarios habían cedido paso al color, a calzados más abiertos y prendas menos rigurosas. Cada dos pasos encontrabas un muslo al aire o alguien disfrutando un helado.

A la misma hora, el Campoamor ofrecía otra faceta radicalmente distinta. La última cita de los cine-conciertos de SACO 7 rendía homenaje a la siniestra oscuridad. Se proyectaba “Nosferatu”, joya del expresionismo alemán, icono del ocultismo y de las ciencias del mal.

La obra maestra de Murnau es una película conceptualmente maldita. Desprecia al ser humano como rebaño y lo subordina a la grandeza de lo eterno. Es un canto de amor a la naturaleza y la belleza como algo efímero, cuyo disfrute no está al alcance de los vulgares. Queda en exclusiva para los discípulos de una maestría diabólica e individual que está moralmente muy por encima de la simpleza y la avaricia de lo material.

Murnau eligió el “Drácula” de Bram Stoker para desarrollar esta idea, pero al no conseguir los derechos de autor de la novela construyó el aterrador personaje de Orlok, primer vampiro del cine. Una silueta siniestra y poderosa que ha quedado para siempre en la iconografía de lo maligno. La viuda de Stoker consiguió en los tribunales que el filme se prohibiese y se ordenase destruir las copias existentes, pero logias ocultistas y algunos coleccionistas lograron rescatar algunas de estas y guardarlas hasta la muerte de la mujer.

Vista hoy en día, resulta imposible no admirarse del ritmo narrativo de este “Nosferatu” de 1922, protagonizada por Max Schreck y Greta Schröder. En su sobreactuación crean un poema gótico donde los encuadres fotográficos, concebidos según los cánones del arte clásico, maravillan por su profundidad.

En el juego que nos propone el festival SACO, Jacobo de Miguel ha compuesto una partitura que llena de sentido el concepto Banda Sonora. No un conjunto de temas que acompañan a la película, sino un sonido que impregna la historia. Ha escogido para esto la variante más angustiosa del pop con pinceladas jazz. Una melodía semidesnuda que va construyendo por capas sonoras protagonizadas por la crudeza de la voz femenina. A pesar de una primera impresión romántica, en su alarmante repetición acaba creando un dramatismo que te empuja hacia un destino fatal: el oscuro poder de lo inevitable, la muerte que alimenta la vida en una sucesión infinita.

El espectador, presa de esa zozobra, se revuelve en su butaca espantado por unas imágenes de un erotismo sublime cuando la protagonista femenina se inmola en un sacrificio inútil para restaurar el bien. Un final que no ofrece una verdadera esperanza.

A la salida, la cálida primavera había sobrevivido a lo sucedido dentro del teatro. Me acerqué a felicitar brevemente a Jacobo y a su “Radio Nosferatu”, la banda femenina que articuló para desarrollar esta obra conceptual. Pero el día cedía paso a la noche. La melodía aun palpitaba tan dentro de mí que opté por regresar a casa y atrancar puertas y ventanas, como si algo tan inocente pudiese protegerme de la afilada sombra asesina de Orlok.

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