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Álvaro Faes

Al final de la semana

Álvaro Faes

Adiós a un roto histórico

Un empujón para el Antiguo, para Oviedo y también una ayuda para que Asturias sonría y mire un poco más hacia su capital. Empezar a escribir el final de un agujero negro del urbanismo ovetense ya es una buena noticia. Que sea con un proyecto ambicioso la redondea. Si contribuye a dar vida a una zona como el casco histórico, con mucho potencial pero ciertamente abandonada, pocas pegas se le pueden encontrar entonces al proyecto cultural que la diócesis prepara para su parcela en la calle Santa Ana. Será el adiós a una de las vergüenzas del Oviedo viejo y el hola a un lugar que promete esplendor. A falta de más detalles, sabemos que la parte abierta a la ciudadanía girará en torno al patrimonio de la Iglesia. Son incontables, muy valiosas y en gran parte desconocidas las piezas del arte sacro asturiano. Confesiones religiosas al margen, su riqueza cultural es innegable como testigo de la historia de nuestra región.

Con las salvedades que observa la ley de Patrimonio, el arquitecto Daniel Cortizo ha preparado el edificio que viene a dignificar el Oviedo antiguo. La ciudad no se podía permitir una escombrera a unas decenas de metros de la Catedral. Son ya treinta años de proyectos fallidos, de idas y venidas que ahora parecen tomar al fin un rumbo con criterio.

A lo largo de los siglos, las parroquias de cada rincón asturiano han ido acumulando sus pequeños tesoros. El proyecto de la Iglesia para el llamado martillo de Santa Ana debe superar diversos escollos administrativos, aunque los autores del proyecto lo han preparado con el suficiente rigor como para que lo legal no sea un problema. Esos tesoros de la comunidad diocesana prometen ser el valioso contenido de un continente esplendoroso.

No se trata de inventar ahora el turismo de reliquias, pero por qué Oviedo no va a aprovechar una de sus potencialidades. La Iglesia tiene un solar privilegiado donde mostrar sus bienes más preciados. Templos, retablos, imágenes, cuadros, tapices, vidrieras, órganos, muebles, ornamentos, orfebrería, códices, documentos, fotografías, filmaciones, audios, léxicos, composiciones musicales y poéticas, folclore, cerámica… La enumeración que hacía en estas páginas el vicario general, Jorge Juan Fernández Sangrador, da una idea de todo lo que puede ofrecer al visitante el futuro contenedor cultural eclesiástico.

Es de celebrar que lo que parece el principio del fin de uno de los bloqueos históricos en el urbanismo ovetense vaya a revertir en algo beneficioso para los ovetenses. El proyecto pondrá al alcance de pueblo riqueza artística y cultural que ahora se encuentra dispersa o, que, directamente no está accesible. Quedará situado en una encrucijada estratégica de la ciudad, junto al Bellas Artes, la Catedral y las parroquias de San Tirso y San Isidoro.

Al ámbito puramente expositivo, el edificio añadirá el dinamismo que aporta convertirse un punto de referencia para recoger información acerca, no solo de cuestiones ovetenses como la Catedral o, en palabras de Sangrador, el Oviedo trascendente, sino también con detalles de lugares tan señalados como el real sitio de Covadonga, los santuarios dedicados a Cristo y a la Virgen o monasterios, iglesias prerrománicas y románicas, en fin, toda esa riqueza artística y cultural que atesora Asturias.

Entras las brumas pandémicas, entre las dudas que apareja la crisis, aparece un proyecto, de la Iglesia, que no reclama financiación pública directa, sino que promete resolver un roto en el corazón de la ciudad. Un roto de la diócesis, en su suelo, cierto, pero un roto que afecta a todos, porque esa retahíla de andamios, ese muro desconchado, ese descampado hostil no son dignos de una ciudad que presume de su casco histórico y que, además, quiere convertirlo en Patrimonio de la Humanidad.

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