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Manuel Gutiérrez Claverol

Un vistazo al subsuelo del Campo

Hace ya unos años publiqué un artículo sobre el secreto que esconden las entrañas del Campo San Francisco, pero desde entonces se cuenta con flamantes investigaciones que permiten definir con suficiente precisión las peculiaridades litoestratigráficas y estructurales de este ámbito campestre.

El solar del Campo posee una superficie de unos 90.000 metros cuadrados, pero la morfología trapezoidal que hoy presenta no se configuró hasta la inauguración de las calles Santa Susana (1858), Uría (1880), Toreno (1887) y Santa Cruz (1910).

En los aledaños del solar funcionaron dos canteras de piedra caliza. La primera estuvo ubicada en las proximidades de la actual Santa Susana, y el desnivel de unos 10 metros que existe entre la plaza de España y el paseo del Bombé parece ser un testimonio de ello. La segunda, dentro del espacio abarcado en aquel momento por El Campo, se situó en la “finca Villazón” (ocupaba parte de la actual propiedad del Banco de España), donde se llegaron a beneficiar rocas carbonatadas (Archivo Municipal de 27 y 30 de agosto de 1856).

Los datos preliminares sobre la geología de este icónico pulmón ovetense se deben al profesor Noel Llopis, quien investigó las aguas subterráneas al vislumbrar, con la perspicacia que le caracterizaba, la presencia de un manto acuífero rellenando los poros de arenas infrayacentes a las calizas que allí se encuentran. En el presente no hay ningún tipo de afloramiento rocoso, puesto que lo impiden el cemento y la cobertera vegetal que lo recubren todo. Para reconocer la litología de este perímetro es preciso recurrir a la información facilitada tanto por los sondeos como por las técnicas geofísicas, exploraciones realizadas en los márgenes de Santa Cruz, Uría y Toreno.

Una herramienta muy valiosa para atisbar lo que se esconde bajo el suelo proviene de un proyecto del año 1980, confeccionado con el ánimo de soterrar la vía férrea desde la plaza de Castilla hasta Ventanielles, para lo cual se ejecutaron algunos sondeos junto a Santa Cruz que proporcionaron detalles novedosos sobre la litología, estructura e hidrogeología; la serie estratigráfica obtenida más completa corresponde a la aportada por perforaciones emplazadas en las inmediaciones de la Fuentona, con 60 metros de profundidad, y en las cercanías del Escorialín, con 50 metros. Otros apuntes de provecho se basan en el estudio para la ampliación del aparcamiento de la Escandalera por debajo de los Álamos en 1995, otro de viabilidad para un parking subterráneo para la Junta (2002) y un informe geotécnico más extenso (2011) para agrandar el parking de la Escandalera, con la pretensión de prolongarlo –hecho no exento de gran polémica ciudadana– a través de Los Álamos y Toreno.

Estas prospecciones permitieron percatarse de la naturaleza del terreno, formado, además del suelo vegetal que sustenta el boscaje, por dos tipos de rocas muy diferentes. Las más modernas –pertenecientes al Paleógeno, con una antigüedad de unos 30 millones de años– están compuestas, de arriba abajo, por arcillas verdosas, margas arcillosas rojizas ocupando la faja intermedia y un delgado conglomerado con cantos carbonatados basal, presentando el conjunto un espesor entre 2,8 a 13,5 metros según las zonas. Infrayacente a la serie anterior se sitúa una sucesión del Cretácico (rondando los 86 millones de años), integrada por calizas y areniscas calcáreas de tonos ocres o pardo-amarillentos, perteneciente a la conocida Formación Oviedo, con una potencia máxima de 23 m en la plaza del General Ordóñez; estas calizas son populares ya que conforman los sillares de las principales iglesias (incluyendo las prerrománicas) y de los palacios barrocos del casco antiguo. Aún por debajo de estos tramos carbonatados, pero sin llegar a aflorar en este lugar, se hallan unas arenas (Formación La Argañosa) que constituyen el principal acuífero subterráneo de la cuenca cretácica de Oviedo.

¿Cómo se distribuyen cartográficamente las rocas descritas? Cabe definir dos dominios: uno carbonatado y otro silíceo. Las calizas cretácicas –bastante resistentes a la erosión– caracterizan la parte alta del Campo, la zona meridional (desde el paseo de los Curas y El Bombé hasta el entorno de La Herradura), es decir, ocupan más o menos un tercio de la superficie franciscana. A partir de aquí –y según una línea de contacto irregular que discurriría desde la calle Marqués de Pidal hasta el jardín de Covadonga– bajando hacia la calle de Uría, los materiales próximos a la superficie pertenecen al Paleógeno (se depositan discordantes sobre un paleorrelieve tallado en las petrologías calizas) y, dado su componente arcilloso, se muestran incoherentes e impermeables; esta propiedad geotécnica fue aprovechada en la década de los años 70 del siglo XIX, para instalar un lago próximo al borde de las calles Uría y Toreno por el cual navegaban esquifes y barquitas.

Obviamente, a mayor profundidad del tramo carbonatado del Cretácico se localizan las arenas portadoras del acuífero cautivo, aunque a cotas distintas; por ejemplo, se cortan a 9,5 metros de la rasante a la altura de la Fuentona y a 29,5 metros al lado del Escorialín, manando de inmediato agua freática. El cotejo de la información disponible pone de manifiesto la existencia de fallas, con orientación NO-SE, las cuales escalonan el terreno; entre ellas destacan la del paseo del Bombé –hunde el bloque suroccidental– y las que ahondan geológicamente el paseo de los Álamos –creando una pequeña fosa tectónica–, la meridional discurre a lo largo del paseo de la Rosaleda o de la Arena –con un salto de 5-12 metros– y la otra recorre la acera de Uría, desde Milicias Nacionales a la Escandalera, haciendo descender el bloque sur unos 5 metros.

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