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Carlos Cuesta

Andarines de ciudad

La sana costumbre de recorrer Oviedo a pie

Hace ya unos días que han cumplido quince años dando la suela por su entorno urbano. Son cinco amigos de vecindad que residen en la zona de la prolongación de Fray Ceferino y aledaños de la capital asturiana. Llevan su paseo matinal a rajatabla y salvo días lluviosos y los tres meses de confinamiento del pasado año, las salidas son continuadas. Ellos son Paulino, Juan, Eladio, Celedonio y Alberto. A veces se junta alguno más, pero los fijos son estos cinco nombrados que disfrutan con ese caminar tranquilo por su barrio entre parlamento, chascarrillos, debate político y mucho sentimiento de amistad. Son todos jubilados con profesiones variadas y en Oviedo desarrollaron su vida laboral. Proceden de Gijón, Siero, Laviana y Piloña, pero sienten a Vetusta en el corazón y señalan con ánimo y desparpajo que Oviedo es la mejor ciudad de España para vivir con notable calidad de vida.

En tiempos normales, la partida de tute de las once en el bar Peña Tú era de cumplida obligación. Después, salida callejera desde el mediodía hasta las dos de la tarde, con una media de siete kilómetros de paseo. El grupo es muy conocido en este contorno de la ciudad por su estilo de vida y su ánimo vecinal. Quince años de paseo mañanero dan para mucho y, a juicio de estos caminantes perseverantes en su acción estimulante de disfrutar del momento, ese movimiento de piernas y charla les da vida y entusiasmo. En este tiempo de pandemia ya no juegan la partida de naipes pero siguen aferrados a ese andar desenfadado, sin prisas, sosegado, con las paradas casi discrecionales y la sonrisa en los labios. Unos jubilados ejemplares que conocen las baldosas del suelo como nadie y en su deambular matinal observan si hay alguna estropeada o el jardín público de su recorrido está poco florido. Se sienten guardianes de su zona y la controlan con gallardía y solvencia. Tienen una talla humana de altura que se refleja en su manera de contar las cosas y en su historia cotidiana y, seguir sus pasos en uno de los miles de trancos realizados, es un ejercicio de cordura, gusto y buenas sensaciones. Plazas, calles y avenidas suponen un escenario urbano hecho a la medida de estos andarines de ciudad que lo pasan en grande con sus salidas felices y su campechanía bien ajustada a su carácter. Y entre setenta y uno y ochenta y ocho años está la edad joven de estos trotacalles desocupados que auscultan el futuro con un presente dinámico, aunque envuelto en una plaga sanitaria que les preocupa seriamente sin desmayar en su divertimento matinal que no es otro que dejar huella con sus pasos y alimentar mente, cuerpo y espíritu con sus parrafadas de satisfacción.

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