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Cosme Marina

El día de la marmota (lírica)

Cada año asistimos a un bucle recurrente en el mundo de la cultura asturiana: la infrafinanciación de la Ópera de Oviedo. Pese a la historia lírica del teatro Campoamor, uno de los más relevantes de España en este ámbito, el ciclo lírico asturiano arrastra la condena perpetua de la asfixia derivada de la falta de recursos.

No es ningún secreto que la temporada –como el resto de la música patrimonial en Asturias– vive, desde hace más de un lustro, una suave pero continua decadencia en lo que a financiación pública se refiere. Esto no es casual. La continua regresión presupuestaria está haciendo que una de las escasas actividades culturales que la región podía presentar a nivel europeo, y que le genera enormes réditos económicos y de proyección, esté perdiendo fuelle frente a otras regiones con mayor empuje y conciencia institucional. Asturias y Oviedo están a un paso de abandonar la primera división lírica y musical por primera vez en casi un siglo. Es un hecho objetivo que se elude por la habitual desidia asociada a la decadencia.

La financiación de la Ópera de Oviedo viene por varias vías: municipal, regional y estatal –en el apartado público–, los ingresos de taquilla y el mecenazgo privado. No suele haber quejas en la institución con el trato local. Además de la importante y estable financiación directa, de la infraestructura y la orquesta municipal, el Ayuntamiento de la ciudad es colaborador en muchos otros ámbitos, cediendo espacios publicitarios, locales de ensayos, y un largo etcétera. En el apartado estatal, la irregularidad es la tónica dominante. Salvo un pequeño periodo hace unos años, la aportación es muy apretada y lacerantemente injusta si la comparamos con otras regiones y temporadas que reciben el doble, o mucho más, que el ciclo asturiano. Tienen a su favor algo que muy pocas veces ha conseguido Oviedo: el apoyo de su gobierno regional en Madrid. El mejor ejemplo es el de los nacionalistas vascos y catalanes. Sus teatros de ópera han sido, durante décadas, regados con ingentes cantidades de recursos públicos nacionales porque sus representantes políticos siempre defienden su ópera y exigen dinero contante y sonante para su crecimiento.

Aquí, el Gobierno del Principado mira para otro lado, y cada nuevo responsable de cultura empeora a su predecesor en el aspecto musical (y esto es complicado porque ya cuesta seguir bajando escalones). La subvención regional a la ópera es ridícula: la económica, minúscula, y a ello suma exclusivamente la aportación de la Orquesta del Principado (OSPA) que, además, como se vio el pasado otoño, cuando vienen mal dadas tampoco suma para conseguir mantener la actividad. La política musical del Principado es nefasta y esto afecta también al buque insignia de Asturias, la propia OSPA, que lleva años desatendida, con un presupuesto estancado e ínfimo en comparación con sus homólogas regionales. Anotemos, asimismo, el tiempo que lleva sin director titular y ¡sin concertino! y el cuadro que nos sale es tremendo. Es curioso y llamativo cómo la principal industria cultural de la región apenas cuenta con el mínimo cuidado regional.

Las soluciones han de ser, sin duda, políticas. La ópera y la música patrimonial necesitan un pacto que aporte estabilidad y que permita abordar nuevos proyectos y metas. Un pacto político como existe en todas las grandes ciudades europeas que aparte al sector de vaivenes y caprichos. Acudir a ver una función de ópera de calidad en Asturias no es un lujo, es un derecho ciudadano, y las instituciones tienen la obligación de estar ahí y aportar fondos para que el precio de las localidades –muy alto actualmente– no sea una barrera. También la fundación de la ópera ha de mejorar en transparencia y cercanía –el borrón de las irregularidades, aún en tribunales, y la liquidación por la puerta de atrás de su coro no ayudan–. En el patronato lírico están dos de las tres instituciones a las que se alude. Y ahí se deben resolver asuntos clave para la supervivencia de la temporada. Evidentemente no se va a producir una hecatombe a corto plazo, pero la decadencia puede ser letal porque provocará una estampida de un público extremadamente sensible a los umbrales de calidad.

Llevo casi tres décadas escribiendo de música en Asturias, la mayor parte de ellas en este diario. Uno de mis primeros artículos ya trataba sobre los problemas económicos de la ópera. Treinta años después estamos peor, mucho peor. Ahora, además, estoy también en el ámbito de la gestión artística, y creo que callar no es la solución. Como decía, Luis G. Iberni, “uno de los grandes males de la música española es el daño que se produce por los silencios que tapan los problemas”. Y también conviene citar a uno de los hombres clave de la Ópera de Oviedo durante décadas, el apoderado Guillermo Badenes. Cuando terminaba cada temporada clamaba: “estoy harto de palmadas en la espalda de los políticos. La ópera no necesita elogios, precisa de subvenciones para salir adelante”. Cientos de puestos de trabajo dependen de ello. Insisto que, gracias a la lírica –ópera y también zarzuela–, el Campoamor es el más importante generador de empleo cultural de Asturias y muchos de nuestros políticos aún no se han enterado.

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