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Eva Vallines

Crítica / Teatro

Eva Vallines

Un lobito bueno

Excelente deconstrucción de un clásico

En su esfuerzo por contarnos el cuento al revés, la pieza de Teloncillo me recuerda al poema del lobito bueno de José Agustín Goytisolo. La versión de Claudio Hochman es la culminación de un proceso de deconstrucción del mito de Caperucita que viene realizándose desde hace siglos. De la leyenda medieval macabra y erótica, Perrault ya elimina todos los elementos truculentos, pero mantiene el trágico final que los hermanos Grimm sustituyen por la intervención de la figura salvadora del cazador y el epílogo en el que una nieta y abuela empoderadas se deshacen ellas solas de un segundo lobo.

El acierto de este montaje es una reelaboración argumental del cuento tradicional a lo Groucho Marx, llena de reveses y humoradas disparatadas, con una sucesión de escenas y diálogos a un ritmo vertiginoso. Los movimientos coreografiados y la musicalidad omnipresente componen una partitura en la que todo encaja a la perfección. Se trata de un work in progress en el que unos seres pirandellianos se rebelan contra su destino. Asistimos a la exposición de dos o tres planos superpuestos: el cuento referencial, el encaje de los nuevos valores de la contemporaneidad y por último la pulsión orgánica de los personajes que entran y salen de la obra para verse desde fuera e intentar adaptarse a su rol. Creándose así una complicidad con el espectador que no elude lo metateatral y genera un divertido juego de espejos para niños y mayores.

La brillante interpretación de la veterana compañía vallisoletana consigue el pleno para la función. Destaca Ángeles Jiménez en su doble papel. Por una parte, encarna con gran comicidad y recursos a esta madre sobreprotectora y agorera, un personaje muy reconocible para el público y con mucha coña, y por otro lado a la abuela campechana, que no le niega un plato de sopa ni al mismísimo lobo. Javier Carballo compone este lobo larguilucho y desgarbado, un poco torpón, con un aire a Faemino, que es un infeliz que solo quiere comer, pero se resiste al vegetarianismo y trata infructuosamente de no apartarse del guion. Silvia Martín también está muy bien como adolescente resabiada y rebelde, libre de miedos y adalid del veganismo y buenrollismo, que odia el color rojo y se resiste a ser la niña cándida esperada. El cazador de Juan Luis Sara, que aquí también es el padre de Caperucita y tiene una gran vis cómica -me dicen que sus movimientos recuerdan a los personajes de Coll en el TBO-, es un pobre desgraciado acuciado por la “fame”, que no consigue cazar ni resfriados, como él mismo afirma.

Suso González, autor de la música y las canciones, se encarga de los efectos sonoros en directo con la guitarra y se desmarca con punteos a lo Eric Clapton. La sugerente escenografía presenta una hermosa arboleda convertible en cocina e interiores. Un espectáculo recomendable para todos los públicos, con mucha ironía y buenas intenciones y una factura excelente.

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