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Con vistas al Naranco

Antonio Masip

Retener el virus en vitrina y en el magín

Las peripecias históricas de Oviedo con el suministro de agua en la ciudad

Cuando, en mi primer mandato municipal, celebramos la reivindicativa quincena del agua con un dignísimo lago en la plaza de la Catedral, poetizado por Ángel González, coincidió constatar que fui el primer alcalde sin sufrir, ni hecho sufrir, restricciones de agua. No conozco otra ciudad que, con el indoeuropeo Ove, sin alusión ribereña, tenga el agua en su topónimo, que algunos desnaturalizan grafía y/o fonética. Siendo Ove nombre fundacional, la falta de agua corriente constante ha sido incomprensible. Otras latitudes frecuentan sequías, pero nunca debió ser nuestro caso. Los de edad guardamos en el magín, la llenada de bañeras y otros recipientes ante cortes agosteños/septembrinos. En desiertos admiré el heroico ingenio de palestinos y saharauis para aprovechar el mísero rocío.

Al posesionarme de la Alcaldía recordé que acompañaba a mi padre, apasionado de la meteorología adversa y de la temporada operística, en nocturnas visitas a lo que llamaba la bodega. Pasadas décadas, eminentes funcionarios lo destacaban todavía (Esteban Carreño, Campa, Edelmiro, Ponteo, Jaime Álvarez, Aguirre…). No olvido, dentro y fuera, a los Villanueva, Abril, Suárez, Sömer, Villamil, Sánchez del Río, Rea, Maqueda, Rodríguez de la Rúa, Galguera... ¡Contagioso entusiasmo de Carreño! Ahí, Avelino Martínez y Enrique Pañeda, magníficos ediles. Valoro también alto, fuera de mi grupo, a García Arias y Juan Ania. Fabuloso el descubrimiento por Avelino y Floro Uribe del idealizado cañu del Fontán, tras interpretar genialmente foto publicada por Juan Santana.

El milagro del agua constante en hogares no es exclusivo a mis corporaciones, pues hubo esfuerzos titánicos, aparte anécdotas paternas, de Riera, Luis Canteli, Folgueras, Buylla, López Muñiz, Cadasa/Tanes... Y más allá, Pérez de Ayala, tío del escritor, y otras personalidades que lograron manantiales. Oviedo debe eterno agradecimiento al ingeniero poleso Urbano Arregui.

Alfilorios, el Cristo, Fitoria y la sustitución de cinco circuitos de conducción propiciaron calidad de vida. ¡Bebíamos agua, sin química, apenas iodo y cloro, como en Manhattan!

En esa legendaria quincena del agua deslicé ocurrencia, contra la que el representante del Canal Isabel II advirtió que no repitiera ni en broma: “Tengo tentaciones de dejar horas sin agua para valorarla”. Arias G. Braga, gran ovetense, Luisín o Garofalo, dijo que el lago entraría en la historia ciudadana.

Ocurrencia, sí, pero estaría bien guardar el actual virus, tal los restos de El Carbayón, para no olvidar.

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