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Eva Vallines

Crítica / Teatro

Eva Vallines

Revival underground

La devoción de Cris Puertas y su nueva compañía por los autores malditos se evidencia ya desde el nombre, que nos remite al verso de William Blake “The doors of perception”, que bautiza también al mítico grupo de Jim Morrison. A quien, por cierto, dedicó su reciente concierto recital “Desmontando a Jim”, homenajeando al Rey Lagarto en compañía de Kike Suárez.

Cris Puertas, durante la representación de “Aullidos” en el Filarmónica. Eva Vallines

Una escueta escenografía iluminada por Félix Garma recrea las atmósferas turbias y viciadas por las que deambuló la generación beat y en la que las notas del piano y los aullidos de los intérpretes arropan las palabras de Ginsberg. La música compuesta por Jacobo de Miguel se convierte en un personaje más que susurra, aúlla e improvisa estados emocionales a partir de los estímulos textuales y viceversa. Unas veces nos acuna, sosiega y enternece y otras nos desgarra, inquieta o desestabiliza. A pesar de la fuerte conexión entre el jazz y estos poetas, en la partitura de este experimento escénico no son las notas jazzísticas las predominantes, sino que el músico improvisa libremente con los estados del alma, en un sentido muy ginsbergiano.

Cris y Jacobo no han querido desmenuzar todos los temas del poema, sino vivenciar una especie de aquelarre o trance místico. En su afán por transmitir toda la intensidad del texto la actriz se arrodilla, se arrastra, solloza, gime, jadea y acaba aullando en un grito desgarrador. En su rostro es capaz de reflejar el desconcierto y el horror. Entre los momentos más bonitos está el duelo entre las máquinas de escribir que se convierten en dos instrumentos más con una percusión encadenada que nos hace trepidar. El broche final es un alegato de panteísmo budista, tan característico de la época y de tanto calado hoy en forma de misticismo New Age. La iconografía del espectáculo es toda ella muy hollywoodiense y fetichista, por algo Puertas es cinéfila y mitómana confesa: la botella de whisky, los ambientes desgarrados a lo Tennessee Williams, hasta el mismo vestuario de la actriz, que es el traje de novia de su abuela. Quizás a este testimonio tan directo y descarnado le hubiera venido mejor una línea más desenfadada y performativa, al fin y cabo estos poetas dan paso al happening y la performance en los años 60-70. No obstante, es muy de agradecer el enorme esfuerzo y riesgo asumido en un proyecto de estas características y a la Fundación Municipal de Cultura y a la Cátedra Leonard Cohen la programación de esta singular función, incluyendo un fructífero coloquio final con los intérpretes.

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