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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

La controversia Abramovic

Las opiniones encontradas sobre la “Princesa de Asturias” de las Artes

Entre las categorías de los premios “Princesa de Asturias”, el de las Artes es el que más brillo y visibilidad le ha dado a la Fundación, a la fiesta y a Oviedo. Desde que el director de orquesta López Cobos inaugurase el galardón, en 1981, han desfilado por el Campoamor artistas de categoría universal de todo tipo y condición: cineastas, arquitectos, pintores, escultores, músicos, fotógrafos, iconos del teatro...

De Paco de Lucía a Bob Dylan o Kraus; de Chillida a Barceló; de Woody Allen y Almodóvar a Peter Brook o Nuria Espert. Y Coppola, Scorsese, el Orfeón Donostiarra, Niemeyer. John Williams y Morricone en 2020. La más extraordinaria reunión de fabricantes de belleza y sensaciones. Una logia de vanguardia y tradición estética.

Es la categoría preferida por el gran público. La más celebrada. La más abierta a rumores, apuestas y favoritismos. Sea quien sea el premiado, sus méritos incontestables suelen dejar poco lugar a un debate a posteriori. A mí, que soy especialmente torpe en estas quinielas, cuando le otorgaron el galardón al maestro Riccardo Muti, por ejemplo, no me quedó más remedio que quitarme el sombrero. Todos los años me rindo al genio escogido.

Sin embargo, este año el jurado ha roto el molde apostando por la controvertida e impopular obra de Marina Abramovic, cuyo nombre tuve que buscar en internet por resultarme desconocido. Ahí descubrí, como casi todos, que se trata de una pionera en el campo de la performance.

Para explicar el asunto a alguien que no viva dentro del mundo del arte contemporáneo, a cualquier espectador no especializado como somos la mayoría, quizá convendría empezar por comprender qué es exactamente una performance. Se podría definir como una acción artística interdisciplinar, efímera, participativa, que presentada en un espacio concreto provoca un diálogo directo entre el artista y el público, siendo ambos parte integrante de la misma. Es complejo. Es como una escultura viva, en la que la reacción del espectador es la figura principal.

Un reconocimiento que no ha caído bien entre los seguidores más tradicionalistas de los Premios. El trabajo de Abramovic es inquietante, perturbador, incómodo, difícil. No es bello, agradable ni elevado. Explora lo más oscuro, lo violento, no lo luminoso. La esencia de la performance es provocar, denunciar y generar un debate. Es una disciplina bizarra, grotesca. Para algunos ni siquiera es arte.

Una vez más, los “Princesa de Asturias” demuestran aquí su capacidad para reinventarse. Abren una puerta, una dimensión inesperada. Una profundidad que no puede sino agrandar su crédito. Esto no es una fiesta de prao, sino una institución viva, inquieta, que se proyecta en nuestro futuro. Abramovic es una pieza irregular pero necesaria y bienvenida.

A la Fundación le queda la difícil tarea de explicarnos el trabajo de la serbia. Quizá recopilando algunas de sus instalaciones en ese espacio maravilloso que es la Fábrica de Armas. Marina pondrá en evidencia nuestras turbias sombras y miserias. Y será Arte.

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