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Eva Vallines

Crítica / Teatro

Eva Vallines

Un mito teatral

La identificación indisociable de Lola Herrera con la Carmen Sotillo de “Cinco horas con Mario”

La identificación de Lola Herrera con la protagonista del texto de Delibes es de tal calibre, que son indisociables en la imaginería teatral de nuestro país. Pocos personajes hay en España tan icónicos como el de Carmen Sotillo, quizá ya a la zaga de Bernarda Alba, el Tenorio y Segismundo. Y gran parte de este éxito en la recepción popular, la tiene la adaptación teatral de 1979 realizada por el propio Delibes, la directora Josefina Molina y el productor José Sámano. Ellos han conseguido que este archiconocido soliloquio de la que ya ha pasado a ser “la viuda de España” haya estado presente en los escenarios durante más de 40 años. Lola Herrera es una actriz como la copa de un pino y se ha ganado con creces el título de gran dama del teatro patrio. De hecho, a sus 85 años, conserva la energía y el peso escénico intactos como para encandilarnos durante hora y veinte con su interpretación.

Esta representación tiene algo de experiencia arqueológica, de viaje al pasado revivido desde el presente, con los mismos significantes, pero con nuevos significados. Se podrían estudiar a fondo las distintas recepciones de un texto que fue escrito en el 66 y constituyó todo un revulsivo para la época, pero que ya adquirió nuevas connotaciones en su estreno teatral en el 79, en plena transición, y que ahora podemos presenciar con la misma escenografía, la misma actriz y las mismas palabras. Todo sigue igual, pero todo ha cambiado. Carmen Sotillo ha ganado en edad y en ironía, su dominio de la escena es apabullante. El espectador y la sociedad también han cambiado y perciben los desatinos de esta viuda rencorosa y clasista con otros ojos.

El hallazgo de Delibes fue conseguir hacer el panegírico de un gran hombre a través de las críticas y reproches que le hace su viuda. La protagonista, una antiheroína, encarna lo peor de una sociedad clasista, amargada, poco empática, egoísta, racista, reprimida y simple. No obstante, el cariño con que la actriz ha encarnado siempre este personaje y el contexto de opresión en el que vivían las mujeres consiguen que el espectador actual empatice por momentos con esta mujer pragmática, que es tan víctima como verdugo y que desde el realismo más sanchopancista y materialista, reprocha las quijotadas de Mario, así como su desinterés hacia ella.

La interpretación de Lola Herrera con el paso de los años se ha vuelto más natural y campechana. Se desenvuelve por el escenario como Pedro por su casa, se descalza y pone los pies en alto, se toma un café humeante, ríe, llora y goza, y eso se transmite. Un sinfín de personajes, evocados por sus palabras, la acompañará en este singular periplo por la historia de España. Destaca Paco Álvarez, un antiguo pretendiente con el que en la escena final protagoniza un pequeño desliz a bordo de su “tiburón rojo”. Motivo por el que acaba implorando el perdón del difunto y que justifica todos sus reproches. Un recital interpretativo que el público agradeció con profusión de aplausos y agotando las entradas para las dos funciones como homenaje a una gran actriz.

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