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El general García Peláez, asturiano y cubano

El general García Peláez, jugando a las cartas con sus nietos en Santullano.

El pasado 7 de mayo los telediarios cubanos abrían con la noticia del fallecimiento del General de División de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba), en la reserva, a los 93 años, Pedro Manuel García Peláez.

Los telespectadores (no solo cubanos, internet hace milagros) asistían boquiabiertos a un impresionante desfile de méritos: rebelde contra la dictadura de Fulgencio Batista, compañero del Comandante Fidel en Sierra Maestra, desde el rango de capitán inicia una fulgurante carrera militar que le lleva al generalato, con mando efectivo sobre varios cuerpos de ejército, y hasta la misma jefatura de la misión militar cubana en Angola desde 1979 a 1982. Naturalmente se hizo acreedor de todas las condecoraciones, también la de la orden de Ernesto Che Guevara.

Su brillante carrera militar no oscurece su compromiso como militante civil: miembro del primer comité central del Partido Comunista de Cuba y diputado en varias ocasiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular

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Su brillante carrera militar no oscurece su compromiso como militante civil: miembro del primer comité central del Partido Comunista de Cuba y diputado en varias ocasiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y si hay algo que llame poderosamente la atención en su currículum, a la vez que expresa la confianza que en él había depositado el Comandante, es que Pedro Manuel García Peláez acompaña a Fidel Castro en su periplo de 1959 por los Estados Unidos y algunos otros países americanos, pero le acompaña nada menos que en calidad de responsable de su seguridad, y como tal aparece en las fotografías de la época, siempre al lado de Fidel.

Fidel Castro, en el zoo de Nueva York.

Pedro Manuel había nacido en Cienfuegos, Cuba, en 1928. Sobre todo por su segundo apellido, Peláez, el lector ya habrá sospechado de su origen asturiano (es sabido que Peláez es apellido muy frecuente entre nosotros, derivado del nombre Pelayo). Era hijo de una pareja de emigrantes a la isla caribeña allá por los años veinte del siglo pasado, cuando muchos asturianos intentaron buscar fortuna allende el mar. Su padre, como hicieran un importante número de varones de la Asturias de entonces, emigró para huir de la sangría que representaba su enrolamiento obligatorio en un ejército español, que dilapidaba las vidas de los más jóvenes en una guerra absurda en el Norte de África. Los padres de Pedro Manuel, Ángel García Rodríguez y María de la Consolación Peláez Camino, se conocieron en Cuba y allí se casaron. El padre era natural de Riviella, y la madre oriunda de Miyares, un caserío rural del ayuntamiento de Infiesto.

Los padres de Pedro Manuel, Ángel García Rodríguez y María de la Consolación Peláez Camino, se conocieron en Cuba y allí se casaron. El padre era natural de Riviella, y la madre oriunda de Miyares, un caserío rural del ayuntamiento de Infiesto

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Ambos jóvenes se habían establecido por separado en Cienfuegos, localidad marinera del archipiélago cubano, que había adquirido algún protagonismo desde la segunda mitad del siglo XIX gracias al florecimiento de la industria azucarera y al puerto de la bahía de Jagua. Pero al niño Pedro Manuel, que todavía no había cumplido tres años, la vida le depararía una desagradable e inesperada sorpresa: el fallecimiento prematuro de su padre de modo accidental en la bahía arriba mencionada de Jagua.

La madre, viuda, como cabría esperar emprende con el niño el viaje de regreso a España: consiguió plaza a mediados de 1930 en el Marqués de Comillas, un vapor que cubría la ruta desde la Habana y Nueva York. María Consolación deja al niño a cargo de sus abuelos paternos y ella se instala como cocinera de una casa de una familia pudiente en la calle Uría de Oviedo. Y en ese año de 1930 es cuando se inicia la biografía asturiana del que, andando el tiempo, llegaría a ser general de división de las FAR, y que se prolongaría hasta 1949, cuando a la edad de veinte años regresa a Cuba.

En 1930 se inicia la biografía asturiana del que, andando el tiempo, llegaría a ser general de división de las FAR, y que se prolongaría hasta 1949, cuando a la edad de veinte años regresa a Cuba

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Durante esos 18 años de su vida en Asturias ha pasado de todo: la revolución de octubre del 34, la guerra civil del 36-39 y una década de postguerra. El general, en su vejez, hombre instruido y amante de los libros, tuvo la feliz idea de legar a la posteridad dos volúmenes con la narración de su biografía, "Ni gallego ni asturiano, cubano y rebelde" y "El precio de la paz", publicados en la Editorial San Luis de La Habana, respectivamente en el 2010 y en el 2011.

Acercarse al primero de ellos es asistir a un delicioso relato de la historia de la Asturias de antes, durante y después de la guerra, con la perspectiva de un testimonio vital sobre el devenir de la sociedad asturiana en aquellos tiempos difíciles, como testigo personal y presencial de acontecimientos importantes de los que se han ocupado los historiadores del período. A modo de muestra, y al objeto de poner la miel en los labios de los interesados en ese período, me conformaré aquí con evocar el hecho de que Pedro Manuel fue acogido durante un tiempo en el orfanato de Oviedo, hoy hotel de la Reconquista, vivió su infancia y juventud entre Gijón y Avilés, inició el bachillerato en el instituto Carreño Miranda, participó en las actividades juveniles deportivas de la época y trabajó, durante su adolescencia y primera juventud, durante cinco años, en la Real Compañía Asturiana de Minas de Arnau, empresa con tradición asturiana donde las haya, estudiada desde su génesis belga por el profesor de la Universidad de Oviedo Antonio Niembro. Todavía en su libro recuerda el general que en el tiempo en que trabajó como soldador en la empresa el jefe era un tal D. Fernando, de origen belga…

Pedro Manuel fue acogido durante un tiempo en el orfanato de Oviedo, vivió su infancia y juventud entre Gijón y Avilés, participó en las actividades juveniles deportivas de la época y trabajó cinco años, en la Real Compañía Asturiana de Minas de Arnau

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El joven Pedro Manuel se enamoró de una avilesina, Margarita Muñiz Alonso, que residía en la calle General Mola, muy cerca del Teatro Palacio Valdés. Era dos años menor que él, educada y de buena familia. Se hicieron novios. Con posterioridad, atendiendo a la reclamación de su novio, marchó también ella a Cuba para ser su esposa y la madre de su primera hija, Soledad García Muñiz.

En el primero de los volúmenes de las memorias del general, citado arriba, se cuentan los avatares y las peripecias del regreso a Cuba desde aquella España de la postguerra. No era nada fácil salir de la Península en 1949: “El pasaporte en el Consulado de Cuba en Gijón lo obtuve rápidamente; sin embargo, los españoles no me concedieron la autorización de salida del país […] Partimos a principios del invierno de 1949, cuando aún no habían comenzado las nevadas. El primer tramo desde Avilés hasta un punto cercano a Viana del Bollo, al este de la provincia de Orense, lo hicimos por ferrocarril, para seguidamente recorrer un tramo más corto en automóvil hasta los alrededores del pueblo. En la noche mi padrastro hizo contacto con el práctico que me aseguraría la entrada en Portugal”, así relataba el general el inicio de su aventura viajera para regresar a Cuba.

Si hoy escribo este recordatorio o semblanza de Pedro Manuel García Peláez es porque el azar objetivo, como diría André Breton, había querido que, hace algunos años, Berto, el nieto del general guardaespaldas de Fidel, tuviera a bien regalarme los dos volúmenes de las memorias escritas por su abuelo. Desde el primer momento pensé que eran documentos no sólo importantes, sino apasionantes. La descendencia española del general, su hija Sole y sus nietos Berto, Santiago y Cristina, vive aquí al lado, en Santullano de las Regueras.

También a este lado del Atlántico se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia. Hasta siempre, general.

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