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Frank y la Alianza Francesa

Tras el fallecimiento del impulsor de la veterana institución francófila

Conocí a Frank hace algo más de treinta años. Le encontré naturalmente en la Alianza Francesa. Por entonces, a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, Frank atravesaba ya el ecuador desde su incorporación como socio fundador en 1960. A la sazón desempeñaba el cargo de Secretario General del Comité. Muy poco después, a principios de los noventa, pasaría a ocupar la presidencia, de manera ininterrumpida hasta el lunes pasado. Le habían precedido en el cargo Pedro Caravia (don Pedro), Luis Sela y Aurora Romero (Mme. Arias). Su mandato personal como Presidente de la Alianza ocupó el mismo espacio temporal que el de los tres que le precedieron en el cargo. Tan prolongada vinculación con la AFO le permitió organizar las conmemoraciones de los veinticinco, los cincuenta y hasta los sesenta años de la institución.

En la memoria de Frank, y en la nuestra, perdura todavía aquella instantánea en que aparece fotografiado junto a François Lyotard, el filósofo francés baluarte de la posmodernidad, y el afamado periodista Robert Escarpit, que, con motivo del vigésimo quinto aniversario, habían acudido a Oviedo para celebrar el evento. No es este espacio ni lugar para evocar la nómina de personalidades ilustres que gracias a Frank visitaron la Alianza Francesa de Oviedo, aportando a Asturias, desde mucho antes de la Transición Democrática, la ventilación de la Europa que respiraba más libre. Frank se sentía muy orgulloso de aquellas conferencias que en los tiempos difíciles pronunciaron en 1965, cuando todavía la sede de la AFO no estaba en Santa Cruz sino en Martínez Marina, Maurice Bruézière, director de la Alianza de París, sobre Simone de Beauvoir y Gustavo Bueno sobre el concepto de libertad en la filosofía francesa. Se sentía igualmente orgulloso de haber contado de manera sucesiva con Juan Cueto y Nacho Bernardo como animadores de la cultura ilustrada de la otra vertiente de los Pirineos. Aún recuerdo a Frank, en el 2005, brindando con Lucien y Claudette Cugnac, al enterarse de que la Alianza Francesa había obtenido el Premio “Príncipe de Asturias” de Comunicación y Humanidades, era como si aquel premio, cuyo destinatario era la red mundial de las Alianzas, se hubiera concedido en exclusiva a la de Oviedo.

Al Círculo de la Alianza (denominación frecuente por entonces), durante la década de los sesenta y de los setenta, había quien acudía a sus locales para leer “Le Monde” o “Le Nouvel Observateur”, que dirigía el prestigioso periodista Jean Daniel, al que Frank tuvo el honor de recibir personalmente, charlar y fotografiarse con él en los locales de la AFO, cuando vino a recoger el galardón de la Fundación Príncipe. De algún modo, Frank sintió en ese momento que aquella visita culminaba una larga espera, la espera de los que como él y con él habían recorrido el camino francés, hacia el Hexágono o desde el Hexágono, él lo había hecho en los dos sentidos. A Frank, en el artículo de A. Masip, publicado en estos días en LNE, “Frank siempre Frank”, se le califica de “afrancesado”, pero que nadie se llame a engaño, no lo emplea Antonio para nombrar un defecto, sino una virtud. En cierta ocasión, y de esto va a hacer casi cuarenta años, Georges Demerson, consejero cultural de la Embajada de Francia en Madrid y catedrático de la Universidad de Lyon, para referirse a la aventura de la fundación en Oviedo de una Alianza, la comparaba con la de aquellos que hace dos siglos habían creado “entidades culturales que pretendían romper el aislamiento en que se había encerrado España y abrir las fronteras del país a las influencias del mundo exterior; querían, para usar una terminología que puso de moda la generación del 98, europeizar España”. Pues bien, ¡permítaseme incluir a Frank Menéndez Mancera entre quienes hicieron todo lo que pudieron para europeizar Asturias!

De puertas adentro, en la Alianza Francesa de Oviedo, el papel de Frank es inseparable de su historia y de su afianzamiento como institución cultural y docente. Desde la fundación en 1960 se sucedieron como directores de los cursos (responsables e introductores de las metodologías más punteras en la enseñanza de la lengua extranjera) Julio Murillo, Lucien y Claudette Cugnac, Annette Maxime y Sabrina Clemente. Con todos Frank mantuvo una relación cálida, próxima y de gestor experimentado cuando convenía. Frank era un maestro acreditado en relaciones laborales, como se dice ahora. Nada de lo que ocurriera a un profesor de la Alianza era ajeno para él; Frank procuraba ocuparse de todos, y también próximo de los gestores administrativos, porque también sabía de cuentas, no en vano se había licenciado en Económicas. Por eso, cuando releo el título de A. Masip “Frank siempre Frank” se me llena la mirada de pertinencia.

Y, ciertamente, en la Alianza nos creímos que Frank era y estaba para siempre. Así que el pasado lunes 21 de junio, el día del solsticio de verano, nos resultaba inexplicable que repicaran las campanas de San Isidoro el Real con aquella pausada cadencia, en medio de un paisaje de lluvia que hacía más triste la tarde… La mirada clara de sus hijos Carlos y Javier, empeñados en oficiar de modo agradable a las puertas de aquella inesperada ceremonia, y la fortaleza del rostro de Pilar, su mujer, me hicieron pensar por un momento cómo lo vería Frank, él que siempre fue un caballero, él que siempre fue diplomático, él que fue siempre irónico... Sólo pude quedarme fijo en la visión de aquellas rosas blancas y rojas, que, a buen seguro, alguien había enviado pensando en los colores de la bandera francesa, que de este modo cubriría su descanso.

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