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Evaristo Arce

Álvarez-Buylla, caballero andante

Un ovetense castizo y señorial, protagonista y servidor de su ciudad, de la que ahora es hijo predilecto

Por muchos años –los que duró con largueza y bonanza su vida– fue el prototipo del ovetense castizo y señorial, un genuino carbayón bien nacido, bien criado y bien vivido en la ciudad que fue suya y que le hizo suyo, con todos los merecimientos y todos los honores, unos tempranos, otros tardíos y todos justificados. Y de todos ellos, los más recientes y honrosos: su ingreso en el Nomenclátor y el título de hijo predilecto.

Álvarez-Buylla, caballero andante

Jaime Álvarez-Buylla fue un personaje irrepetible que lo dio todo por Oviedo sin esperar nada a cambio y tal vez por eso, recibió, como recompensa emocional, el cariño unánime de sus conciudadanos y el más ambicionado y estimado reconocimiento de su ciudad, de la que fue protagonista involuntario y servidor incondicional, a partes iguales.

Oviedo ha tenido siempre en su idiosincrasia esa difícil dualidad, que no todas las ciudades tienen, la de ser popular y aristocrática en los modos, las actitudes y la socialización, sin que una y otra condición se menoscaben o contradigan entre sí

Y Jaime tenía en su personalidad esa mezcla de cualidades, algunas heredadas y otras adquiridas que le hacían entrañable entre el pueblo y entre las élites, sin traicionar su manera de ser y de estar en el mundo que le tocó en suerte vivir.

En el fondo, esa singularidad es característica de los Buylla, según los casos y las ramas genealógicas, con mayor o menor preponderancia y magnitud. En cualquier caso, todos ellos son una divisa de Oviedo, en su sentido más específico, característico y tradicional.

En Jaime, además, concurrían otras muchas virtudes de humanidad y conocimiento. En el ejercicio de la medicina fue con todos atento y servicial, comprensivo ante los problemas y compasivo ante las debilidades y fue también precursor en su especialidad y pedagógico en su teoría y en su práctica.

Como melómano, en la militancia de su afición y en la gestión sacrificada y benefactora de la Sociedad Filarmónica, demostró sensibilidad, paciencia, conocimiento y habilidades para sortear sin desánimo dificultades y quebrantos sin cuento, en el día a día de una férrea administración y sobreponerse, a veces milagrosamente, a las declinantes cuentas anuales de la entidad.

Como tertuliano, usaba la palabra con mesura, la anécdota apropiada como una ilustración del relato y la reciprocidad como un efecto necesario para hacer de la conversación una reposada lección de dialéctica, sin vencedores ni vencidos, y una demostración de civismo, convivencia, agudeza y buen humor.

Y como ovetense vivió preocupado por todo lo concerniente a su ciudad, impulsando actividades y colaborando en proyectos sin otro afán que hacer el bien y hacerlo lo mejor posible. Procuraba no hacerse notar, buscaba alianzas, era tenaz y resistente y agotaba hasta el último recurso de la negociación en todos sus buenos propósitos. Pidió mucho para muchos y nunca nada para sí.

Cuando consideraba que se había equivocado, por exceso, por defecto o por omisión, supo arrepentirse y condolerse en la intimidad de su pensamiento y, como convencido creyente, practicó la contrición y la enmienda.

Jaime era generoso, cordial, cercano e irónico y profundamente solidario; y estaba en posesión de una prodigiosa memoria y de una sagaz inteligencia, cultivada cada día, en todas las circunstancias y eso no era un atributo contingente, era un don del que solo gozan algunos privilegiados, que lo son por elección y aplicación, y no por casualidad.

En toda su biografía se acumulan hechos, distinciones y logros de gran relieve y trascendencia social. Pero donde Jaime se sentía más a su gusto, era entre sus convivientes: todos le conocían, aunque para él fueran desconocidos, todos le respetaban como él los respetaba, todos le pedían consejo o simplemente diálogo y para todos tenía una frase de afecto, consuelo o iluminación.

Hombre de propuestas, algunas pospuestas por los poderes públicos, antes que de refutaciones, mantuvo viva la memoria colectiva y alentó iniciativas y proyectos que contribuyeron al enriquecimiento cultural de la comunidad.

Pulcro en todos sus comportamientos, elegante en todos los ambientes, fiel a todas sus lealtades y leal con todos sus fieles –incluso con sus infieles– fue un ovetense múltiple y plural, una persona terapéutica y tónica, un médico caritativo y consolador que mantenía la relación con sus pacientes más allá de la consulta y los partes de alta; una personalidad consustancial con su Oviedo del alma, sustantivo en todo su ser y como tal sustancialmente bueno, acorde con sus principios, firme en sus creencias y por todo lo que hizo y todo lo que fue, un caballero andante, cuya ausencia irreparable y dolorosa registrará la historia y gravitará en el recuerdo perdurable y melancólico de los ovetenses que fueron sus coetáneos y casi todos, de algún modo y en distinta medida, sus deudos y sus deudores.

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