La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Ramón Castañón, Pochi

Operetas insultantes

Pobre e ingenuo Aristóteles cuando nos decía “el hombre, porque habla, sabe de lo justo y de lo injusto”. Lo mismo le pasa a nuestro gran filósofo Habermas cuando afirma que la comunicación lleva inscrita en su piel la promesa de resolver con razones los problemas, pues quien habla tiene claros los conceptos verdad o mentira, justicia e injusticia.

La opereta de estas últimas semanas, consumada con los cacareados indultos y perdones, las mascaradas de estos días, son un puro espectáculo por mantenerse dos años más, unido a otros anuncios señuelo, como el de las mascarillas, bajada de la luz… Las esperpénticas intervenciones de varios ministros hablando de un Pedro Sánchez que está acercando la política a la ética… El descaro chulesco y desafiante a toda la ciudadanía de derecho que es este país por parte de los insultantes catalanistas. Nos llevan a un Habermas que habla de autocontradicción en el marco pragmático. Yo prefiero hablar de una filosofía de la burla, del insulto, del desprecio más denigrante al espíritu democrático, que viola cualquier principio de comunicación y consenso sincero.

Dejen de insultar a la inteligencia, no hay negociación, ni consenso, ni diálogo posible, pues somos unidad de sentido, y de ética, y de futuro. Hablemos de comunicación, de intercambio ideal de ideas, que se apoyen en un sentido de la verdad y de la corrección con el objetivo de alcanzar un consenso. Un consenso no se puede alcanzar cuando los fundamentos resultan insuficientes o cuando los actos del lenguaje son mentiras. En todo diálogo los participantes deben ser reconocidos como socios serios de un diálogo. Y aceptar reglas establecidas no a capricho, sino como obligaciones de las cuales nadie puede desligarse, y esas no son otras que nuestro ordenamiento constitucional.

Hoy estamos ante un escenario, no de confrontación, sino de incomunicación, para hablar debemos crear una situación ideal, como propone Habermas, en la que no se afirmen diferencias sino que se parta de supuestos compartidos: inteligibilidad (que lo que decimos sea comprensible), verdad (que responda a una realidad objetiva comprobable), rectitud (que hablo en función de normas compartidas) y veracidad (que digo lo que realmente pienso). Y para poder comunicarnos son precisos esos supuestos. Por honestidad estamos obligados a cumplirlos. El problema es que nuestra comunicación tiene demasiadas patologías. Todo es engañar, estafar, manipular… No sé si una parte, o las dos que pretenden sentarse en una mesa dicen cosas que nadie entiende, que no son verdad, que no tienen el mismo horizonte, y que realmente ninguno de ellos se cree ni las piensa.

Compartir el artículo

stats