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José Ramón Castañón, Pochi

En Oviedo hablamos claro

La imposición de un lenguaje extremadamente ideologizado

Me gusta pensar, aunque yerre, que en Oviedo optamos por hablar con claridad, sencillez y coherencia lingüística. Quiero creer, aunque esté equivocado, que aquí no nos va el rollo postmoderno, la neomitología de la corrección política que no es más que un falseamiento de la verdad y de la riqueza de nuestro lenguaje.

Pero al final, mal que me pese y dejando a un lado mis ilusiones, cedo ante la evidencia y distingo una pseudo-izquierda que transita y parasita por mi querida ciudad en una épica revolucionaria que no le corresponde.

El otro día escuchaba a nuestro alcalde hablar de esa izquierda de la posmodernidad inscrita de facto, en todas sus variedades, en la senda de la globalización neoliberal. Ella, que tiene muy poco de marxista y sí mucho de neoliberalismo cultural puro y duro, abusa de una retórica retro y reclama para sí el patrimonio moral de las luchas “progresistas” del pasado.

Nuestro político de barrio decía que el lenguaje nunca ha sido neutral y que hoy está más trucado que nunca. La prueba es que asistimos a la imposición de un lenguaje extremadamente ideologizado, si bien de forma subrepticia. No sé si son conscientes del alcance de esta afirmación así que anótenselo: si los posmodernillos anhelan el control, este dará comienzo, siempre, en el uso de las palabras.

La “Nuevalengua”, la Newspeakes orwelliana fijaba los límites de lo pensable, y los que siguen la estela de los capitalinos construyen su propio vocabulario y deciden sobre sus significados atribuyéndose el monopolio de la palabra legítima asentando de esta forma que cualquier atisbo de rebelión contra el “pensamiento único” se encuentra en el lugar semántico de los enemigos.

Agotados de palabras trampa, con su sentido usurpado (“tolerancia”, “diversidad”, “inclusión”, “sostenibilidad”); de palabras fetiche, como objetos de adoración (“activista”, “indignado”, “feminista”); de términos institucionales de la superclase global (“gobernanza”, “economía social”, “perspectiva de género”); de los idiolectos universitarios, eufemismos destinados a suavizar verdades incómodas: “flexibilidad” y “movilidad” (para no decir precariedad laboral), “reformas” (para hablar de recortes sociales), “reasignación de género”, “interrupción voluntaria del embarazo”, “postverdad”... Y qué decir de todas esas “palabras policía” (blanket words) que cumplen la función de paralizar o aterrorizar al oponente (“reaccionario”, “nauseabundo”, “ultraconservador”, “racista”, “sexista”, “fascista”).

¿Dónde está entonces el marxismo que se grita y corea por las calles? Nada de líderes, nada de lucha organizada, nada de proyectos colectivos, nada de revoluciones pero sí mucho de protesta fotogénica, de algarada estéril, de berrea adolescente, de activismo publicitario y de turismo solidario. Al fin y al cabo, el sistema lo permite, y además nos ofrece nichos individuales para “hacer realidad nuestros sueños”.

Ay, que cansinos. En resumen: tras la pacotilla antisistema, neoliberalismo y buen rollito envuelto en vacía jerga académica, no hay más que poses a la galería y brindis al sol de una izquierda ovetense que tiene de marxista lo mismo que yo de neo-vegano-transgenérico.

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