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Fauna mateína

Una excursión por la fiesta nocturna y sus habituales “depredadores”

Es frecuente cruzarse, por la noche mateína, todo tipo de fauna. Están los habituales, que tienen un abono en el chiringuito de turno y conocen por nombre apellidos y DNI al camarero; los que se quitan la cadena de la cotidianidad aplastante y salen porque “un día es un día” o los que se reencuentran cada año, bajo la lumbre de la Catedral, y mantienen la misma conversación sobre “qué tal la vida” de forma repetida una y otra vez. Hay que reconocer que, con esto del coronavirus, son bastantes las especies que están en peligro de extinción. Pero hay otras que, después de tanto tiempo encerradas, están que se mueren de ganas de salir de casa –o de caza.

Quizá por eso al cruzar la plaza del Sol impera la ley de la selva. Allí todo vale: fuera mascarillas, vivan los abrazos y se puede estar de pie hasta en grupos de diez personas, si eso. La dolencia –más bien indolencia– se extiende a toda la zona festiva; parece que pertenece a una etapa anterior, excepto por eso de que, si pasan de las cuatro, ya no te sirven copas.

Toda persona que haya nacido a partir de los noventa, como yo, y seguido las enseñanzas de Simba con el temido Scar, sabe que la selva está llena de depredadores. Hay uno especialmente peligroso, el “masculus matthaeus” (o macho mateín): con apariencia algo fantasmal, se aproxima a sus presas sin dejarles demasiado aliento, con finalidades, sobre todo, para el “apaleamiento”. Similar a un toro, la intensidad de su ataque varía en función de los estimulantes que haya tomado previamente (hay de todo: vodka-redbull, whisky-cola, sidra…). No da tregua, embiste, dejando a su paso un reguero de babas. Y, como buen animal, se enfada si su presa –normalmente de género femenino– huye despavorida.

Se recomienda no tener piedad, porque ellos no la tendrán contigo; hay que usar la inteligencia y la valentía para salir de la selva. Quizás esa especie, variación del “masculus communis” (macho común, el pesado de todos los fines de semana), también pertenezca a una etapa anterior, como al Pleistoceno. Y no está de más decir que su extinción tampoco sería un daño significativo para la biodiversidad.

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