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Evaristo Arce

A Jaime Álvarez-Buylla, "un hombre comprometido con todos los demás"

El periodista Evaristo Arce glosa al médico fallecido en julio de 2020

Si toda gloria es póstuma, empezando por la celestial, que, además, es divina y no tiene fin, toda popularidad por muy vitalicia que  parezca, es,  por principio, contingente y efímera.

Cuestión aparte es el prestigio que, una vez alcanzado, prevalece al éxito y consagra la reputación.

Y Jaime Álvarez-Buylla vivió ajeno e indiferente a los vaivenes de ambas condiciones, aún participando de ellas no siempre voluntariamente, y persiguiendo en todos sus actos, nunca involuntariamente, la transparencia y la trascendencia del espíritu humano.

Era consciente de que para poder disfrutar, con relativa plenitud y estabilidad, de una conciencia aseada y tranquila en este mundo y de un alma limpia y en paz, en el otro, ese era el único camino. 

Vivió, en fin, centrado en su territorio, que era Oviedo, consagrado a lo suyo, que también era lo nuestro, procurando hacer el bien -que consiste en algo más que no hacer el mal- esforzándose  en servir a los demás, sin servirse de ellos y ser uno más entre todos.

Profesionalmente fue un médico humanista y en su especialidad, un precursor, un ilustrado heredero de la historia familiar y la cultura de su tiempo, un hombre comprometido con la sociedad en todos su ámbitos, un ciudadano responsable, común y solidario y un ovetense , digámoslo con palabras al uso, inclusivo y transversal, tan afable en sus relaciones como distinguido en su conducta, ponderado en su carácter, veraz y reflexivo en todas sus acciones  y discreto y galante en su personalidad, cualidad esta última  en  franca decadencia y hasta mal vista por algunos.

Fue filarmónico hasta la extenuación y el sacrificio personal, operístico y puritano con más exigencia en su afición que complacencia o idolatría, un tertuliano infatigable, tolerante y divertido, un ameno contador de anécdotas, interesado por todo, por muy extraño que le fuera, un espectador paciente y activo y un oyente, en toda conversación que le interpelara, atento, comprensivo y dialogante, un gran admirador de la belleza, en todas sus formas y expresiones físicas o inmateriales, un escritor, a tiempo parcial, de pensamiento rápido y sentimiento profundo y un cristiano de buena voluntad y buena Fe.

Era apasionado en el ánimo, templado en la expresión, conciliador en el conflicto, integrador en el acuerdo, comprensivo en la discrepancia, irónico en la réplica, agudo en la observación, minucioso en el detalle, reservado en la confidencia, cumplidor en el deber, leal en el trato, comedido en el ademán, proclive a la compañía, pulcro en su urbanidad, sentimental en el recuerdo y expansivo en la amistad.

 Tuvo la vida que quiso, a sabiendas de que toda vida es incompleta e imperfecta, disfrutó cuanto pudo, soportó con entereza las adversidades, asumió con resignación las contrariedades y fue en cualquier situación, un hombre cabal y bueno.

Este es mi retrato rápido, casi al minuto, entrañable y emocional,- con todas las imperfecciones y hallazgos de un revelado artesanal-, de alguien, más analógico que digital, a quien tanto le gustaba retratar a la gente que quería, admiraba o simplemente le caía bien. Y estoy casi seguro de que en parecidos términos le recordarán sus próximos y sus allegados y, particularmente, su familia, por la que vivió y se desvivió, a la que entregó su existencia en toda su extensión e intensidad, asumiendo como una donación y no como un sacrificio, sus renuncias y desvelos y de la que recibió, con creces, como inapreciable recompensa, diezmos y primicias setenta veces siete.

Margarita, Jaime y Manuel fueron su más valioso patrimonio y son su mejor legado; de ellos recibió lo mismo que él les daba, amor y fidelidad, y consuelo cuando era preciso.

 Y en ellos ha de perpetuarse su enseñanza y su ejemplo; y muy singularmente,  su memoria, para honra y alabanza de su nombre y legítimo provecho y honor de Oviedo, cuyo mayor orgullo son los ovetenses, sin distinción de clase, categoría o condición.

Así fue en el pasado, así será en el futuro y así es en el presente, como atestiguan, en esta solemne ocasión, Conchita Quirós, Carmen Ruiz -Tilve, Emilio Sagi y Jaime Álvarez­-Buylla Menéndez, todos conocidos entre sí y por los demás, incluso amigos entre ellos; cada uno de los cuatro con su público, a medias particular y compartido, convivientes y ahora civilmente ilustrísimos, hermanos en la misma tierra e hijos de la misma madre.

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