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Ramiro Fernández

La tijera

Ramiro Fernández

Ser aprendiz siempre

Los beneficios de una figura olvidada

Un buen amigo y además cliente tiene un nieto residiendo en Tineo. Acaba de iniciar el curso. Estudia segundo de Bachillerato y, al parecer, por las tardes y los fines de semana no se separa de su abuelo, que regenta una modesta empresa maderera. La última vez que vino al salón de peluquería a que le atendiera me dijo que el guaje tiene claro que el año que viene, cuando termine los estudios, empezará a trabajar allí. Es su sueño. Ser aprendiz en la empresa de su familia, en la maderera de su abuelo.

El pasado domingo, leyendo la entrevista a Joel García Fernández, presidente de la Confederación Asturiana de la Construcción, que publicó LA NUEVA ESPAÑA y que firma Pablo Castaño, titulada “Recuperemos al aprendiz como medida de emergencia contra el paro juvenil” me acordé de ellos.

Hace tiempo que tengo en mente reflexiones similares a las compartidas públicamente por el presidente de CAC-Asprocon. Yo empecé a trabajar en la barbería de mi hermano José en el puerto de El Musel, en Gijón, cuando apenas tenía 16 años. Es cierto que eran otros tiempos. Antes de cumplir la mayoría de edad entré como ayudante en la Peluquería Jovellanos, también en Gijón. Fueron años de continuo aprendizaje que jamás olvidaré. Tanto tiempo pasé detrás del sillón de barbería viendo a mi hermano trabajar y tomando nota de sus movimientos con la tijera y las navajas de afeitar que quedó para siempre grabado en mi memoria el lema impreso en la chapa del respaldo: ‘Daniel Acha Eibar. Fábrica de sillones. Sistema americano. Delegación de ventas Antonio Trías. Bailén, 150. Barcelona’.

Hoy, con las cifras de paro juvenil disparadas, con miles de jóvenes esperando una oportunidad laboral, debería de buscarse una figura legal que les permitiera estar formándose junto a maestros en el oficio que cada cual elija. A mi juicio, sería una solución para tener futuras generaciones preparadas gracias a que han bebido de la fuente de la experiencia.

Veo al nieto de mi cliente reflejado en mi vida profesional. Es cierto que eran otros tiempos, insisto, pero cuando uno tiene una ilusión da igual el año, la década o el siglo. La ilusión lo mueve todo. En mi caso escogí las tijeras porque la alternativa era bajar a la mina como hacía mi padre, dos de mis hermanos y tres de mis cuñados, todos ellos fallecidos ya de silicosis.

Eso sí. Trabajar conlleva estudiar. Llevo establecido en Oviedo desde 1966. El próximo 6 de octubre se cumplirán 55 años, y siempre he dedicado tiempo a leer, visitar, ver, conocer, hablar, escuchar, probar… En la biografía que me escribió Juan Luis Fuente Lafuente en 2008 bajo el título ‘Las historias con alma nunca tienen fin’ cuenta que en 50 años de profesión, de 18.250 días trabajados, realicé 176.880 cortes de cabello, 48.240 afeitados y apliqué 96.480 lociones capilares empleando 150 tijeras diferentes y usando más de 600 peines distintos. En ese minucioso repaso numérico se omite la cantidad de horas que dediqué al estudio, a seguir formándome, a seguir aprendiendo, a mantenerme actualizado. Decía Henry Ford: “cualquiera que para de aprender se hace viejo tanto si tiene veinte como ochenta años. Cualquiera que siga aprendiendo permanece joven. Esta es la grandeza de la vida”.

Recuperar la figura del aprendiz es clave pero yo añadiría que siempre y cuando uno tenga en cuenta que ya sea peluquero, maderero, abogado, médico, soldador, carpintero, tornero, electricista, fontanero o panadero, uno siempre tiene que ser aprendiz. La formación debe ser continua e irrenunciable. Una obligación para cualquiera que quiera desempeñar su oficio con garantías y calidad. Estoy convencido de que esos cientos y cientos de jóvenes a los que antes me refería encontrarían en la figura del aprendiz una primera experiencia laboral en la trayectoria hacia alcanzar una preparación completa.

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