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Carlos Fernández Llaneza

Convento de San Francisco: otro triste final

El derribo del inmueble religioso que ocupó un lugar privilegiado en el centro de la ciudad

Lunes 4 de octubre: San Francisco. Un día para el recuerdo de “El Poverello”, el gran santo de Asís. Para evocar una historia con tintes de leyenda. Y para rememorar otra historia sin final feliz para el patrimonio de Oviedo.

Convento de San Francisco: otro triste final

Francisco, peregrino en 1214 a Santiago, llega a Oviedo. Y aquí, quiero imaginarlo embelesado del lugar, funda, en compañía de fray Pedro Compadre, una pequeña y humilde ermita en honor a Santa María. Como orden mendicante se establecieron a las afueras de la ciudad, a la orilla de un bosque. Ese bosque, impregnado aún de esencia franciscana, es hoy el Campo. Poco a poco se iban sumando hermanos. En el siglo XV se construyó, en el solar que hoy ocupa la Junta General del Principado, la iglesia de San Francisco. Iglesia y convento que, con permiso de Góngora, son hoy tierra, humo, polvo, sombra… nada. Un recuerdo. Una imagen que perdura sólo en viejas fotografías que nos generan nostalgia y rabia. Que nos muestran un hermoso edificio gótico, con planta de cruz latina. Edificio que con el tiempo se iría ampliando añadiendo capillas bajo el patrocinio de familias notables de la ciudad como los Argüelles, Valdés, Miranda o Quirós y por cofradías como la de la Misericordia o la Orden Tercera. En el siglo XVI se construyó un primer claustro pegado a la iglesia. Años después se levantaría un segundo claustro. La invasión de las tropas napoleónicas causaron notables desperfectos lo que, en cierta manera, inició el declive del convento. La desamortización de Mendizábal en 1837 hizo que el edificio y los terrenos pasasen a la Diputación Provincial, los cuales fueron destinados a Jardín Botánico por la Universidad de Oviedo. El claustro se utilizó como hospital. Y la capilla que construyera la Orden Tercera fue ocupada por el Museo Arqueológico.

Convento de San Francisco: otro triste final

En 1879, la iglesia románica de San Juan, ubicada entonces en la calle Schultz, se declara en estado de ruina por lo que la actividad parroquial se traslada a San Francisco donde permanece hasta 1898. El derribo de edificaciones adyacentes en ese año deterioran la estructura del convento de San Francisco, lo que aboca al edificio a una situación cercana a la ruina. Empieza entonces algo que ya nos es familiar en esta ciudad. Oscuros intereses prevalecen sobre la voluntad por su restauración, haciendo caso omiso, como sucedería pocos años después con los Pilares, a las voces de muchos ovetenses en contra de su temido final. En 1899, ya comenzado el derribo de la zona conventual, la Comisión Provincial de Monumentos pide que se le haga partícipe de los planes que atañen a la iglesia y así poder remitir la información a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 23 de marzo de 1900, la Diputación y el Arzobispado venden la iglesia por 60.000 pesetas. La Diputación se compromete a habilitar un solar para edificar el nuevo templo de San Juan, planteándose inicialmente el solar donde hoy se ubica el colegio de La Milagrosa, entre Uría y Marqués de Pidal. Y con el fin de 1902 comienza el derribo de la iglesia. La Comisión intenta conservar la mayor parte de piezas valiosas solicitando al Ayuntamiento fondos para el traslado a su sede.

Una vez más, Oviedo perdió una edificación de gran valor histórico y artístico. Así se escribe la historia. Otra patada a nuestro patrimonio. Ha pasado más de un siglo. Y aún, temo, quedan lecciones por aprender.

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