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Josefina Velasco

El sabor de la Historia: Desarmados

La fiesta gastronómica ovetense, a lo largo de los años

A cualquier ciudadano de a pie de cualquier lugar al que se le pregunte qué significa “desarme” nos responderá, ¡cosa cierta!, que es dejar sin armas a alguien. Pero en la “Vetusta” capital asturiana eso además tiene otra connotación que inmediatamente recuerda los sabores potentes de la fiesta gastronómica. “El Desarme” se celebra cada año en torno al 19 de octubre, cada vez más días, conmemorando un hecho histórico un tanto aromatizado por los olores y gusto de los garbanzos con bacalao y espinacas, los callos y el arroz con leche, dieta no apta para estómago fino y delicado, capaz dejar desarmado de fuerzas a cualquiera.

Cuentan que todo ello tiene su raíz en un mes de octubre de 1836 en el marco de la primera guerra carlista de las tres que sufrió España en el siglo XIX; guerras que contribuyeron bastante a retrasar la construcción del “estado liberal”, creando inestabilidades periódicas que obligaban a cambios bruscos e inesperados precisamente cuando el país iba perdiendo peso internacional, quedándose sin sus colonias y con poco fuelle; hubo momentos de desasosiego, percibidos más porque aún pesaba la memoria de las “glorias” imperiales. El final de Fernando VII, tan deseado primero como indeseable después, desembocó en una regencia, la de María Cristina, conflictiva porque el pretendiente, el infante Carlos María Isidro (1788-1855), negó la legitimidad al trono de la princesa Isabel. Realmente tras aquello subyacían diferentes opciones políticas, entre el tradicionalismo del “Dios, Patria y Rey” carlista y la deriva obligada liberal a ratos de la corona. Eran los carlistas absolutistas en lo político y tuvieron como aliados a la iglesia y a las áreas rurales, en particular los foralistas vascos y navarros. El caso es que el XIX se vio jalonado de, por simplificar, tres guerras carlistas (1833-1840, 1846-1849 y 1872-1876) y más de un pronunciamiento. Aunque el área del carlismo preferente fue la vieja Castilla, Cataluña, Navarra y el País Vasco, casi ningún territorio se escapó al conflicto. En un primer momento, cuando ya las cosas iban de guerra civil, se decidió armar a la población organizando desde 1834 milicias urbanas si la situación lo requería. La guerra se recrudeció y del respeto al contrario se pasó a la crueldad. En la primera contienda hubo varios episodios que, cercanos a la capital asturiana, dieron lugar a las “teorías sobre el origen del desarme”, aunque hay quienes lo sitúan en otras fechas. La posición de Asturias a favor de la causa isabelina quedó de manifiesto en varias proclamas de las autoridades locales y regionales, entre ellas una de septiembre de 1835 contra las “fuerzas rebeldes del usurpador”.

En aquel octubre de 1836 se dieron encontronazos en el centro de Asturias; los liberales y la milicia de la capital y los alrededores combatieron bravamente. Llanera o Soto de Rey fueron lugares de lucha aquellos días, aunque muchos sitios más sufrirían las guerras de «Don Carlos». La victoria del 19 de octubre sobre las columnas del general carlista Pablo Sanz le valió a la ciudad la inscripción en su escudo de “Benemérita”. Cuenta Fermín Canella en su “Libro de Oviedo” el encono del enfrentamiento ese año y ese mes de octubre, demostrando el valor los soldados y milicianos leales que pararon el nuevo ataque de los rebeldes a quienes habían prometido el saqueo de la ciudad. Los nombres de Ramón Pardiñas o el comandante Alonso Luis de Sierra tienen su punto de honor en la historia memorable, además de las ilustres víctimas que la batalla dejó en las calles. Al final, incapaces de hacerse con La Vega, la Catedral y San Isidoro, se retiraron. Pasa por ser cierto que los soldados fueron agasajados por el consistorio con una pitanza copiosa. Hay quien cree que no fueron las armas liberales quienes vencieron sino la comida y el vino los que desarmaron a los enemigos, pero esa es otra historia. La mitificación de los manjares no dejaba de ser un atractivo para una población aquejada a menudo por el hambre que apenas un año antes había padecido además el cólera recurrente aparejado a la pobreza y la insalubridad. Cualquier celebración venía bien para repartir algo que llevarse a la boca y las autoridades sabían que eso les daba buenos réditos. Quedó ligada al fin del carlismo desde 1876 la costumbre del “rancho extraordinario” para festejar con los soldados el desarme de las guerras terminadas. La tradición de comer garbanzos con bacalao y espinacas, o lo que fuera, tenía larga vida, pues los platos de cuchara eran el recurso popular. La temporada de callos, vinculada al tiempo de la matanza, se adelantaba con los primeros fríos.

Hace casi una década la Cofradía del Desarme reivindica esta “fiesta gastronómica” con raíces históricas que de ser local y ceñirse a reuniones de mesa con vecinos y amigos ha pasado a convertirse (2019) en Fiesta de Interés Turístico Regional y aspira a más. Gracias al arraigo popular (sostienen que el primer cartel anunciador del desarme data de 1897) y a la connivencia entre hosteleros y ciudadanos siempre prestos al disfrute, la causa del “Desarme” gana cada vez más efectivos. Pero como el hambre, el trabajo duro y la guerra, afortunadamente, no son ya lo que eran, deshacerse del exceso calórico de tan robusto condumio exigirá más de un paseo o golpe de gimnasio.

Según la Asociación Española de Fiestas y Recreaciones Históricas, estas cada vez son más numerosas y atraen a más seguidores. Roma y su imperio llevan la palma como lo demuestran “Las guerras cántabras”, “Arde Lucus”, “Astures y Romanos” o “Cartaghineses y Romanos” por ejemplo. También las medievales cuentan con público como “Las bodas de Isabel Segura” (los amantes de Teruel), “Moros y Cristianos” o la “Semana Medieval de Estella”, sin olvidar a nuestros “Exconsuraos” o “Balesquida” por citar dos, que se nos quedan más. Casi cada siglo tiene su fiesta. Del XIX y de la “heroica guerra de la independencia” tenemos el “25 de mayo” de larga celebración, que en la conmemoración llevada a cabo en el 2008, bicentenario, se complementó con un menú típico de 1808, dando sabor a la representación que la Junta General del Principado de Asturias llevó a cabo. Así que ellas, las fiestas históricas y los recreadores (como la asturiana ARHCA) han propiciado más de un interesante descubrimiento que sirve para hacer eso que los historiadores llaman la historia global. Saber cómo se vivía es parte fundamental del conocimiento. La vivienda, el vestido, los adornos, perfumes, el calzado, la música y las tradiciones, la comida y la bebida completan el cuadro imprescindible para entender el pasado y, de paso, el presente. No solo hay grandes hechos y grandes nombres, ellos no son nada sin la sociedad en la que habitan que tuvo, como tiene, todos los sentidos. Así que una vez al año bien está, por ejemplo, desarmarse.

[Fermín Canella y Secades. “El Libro de Oviedo: guía de la ciudad y su concejo”. Ed. Facs. Gijón: Auseva, 1990; Adolfo Casaprima. “Origen y evolución del desarme”. Oviedo, 2016]

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