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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Lisardo, el galo

Sobre el carismático exdirector del Festival de Lorient, digno de un cómic de Goscinny y Uderzo

Recuerdo la decepción que sentí al leer por primera vez “Asterix en Hispania”. De toda la extensa y gloriosa colección creada por los inmortales Goscinny & Uderzo, ese episodio concreto sigue siendo el que menos me gusta de todos. Las aventuras del guerrero galo y su inseparable Obelix que, en su lucha por la libertad y singularidad del carácter bretón, recorrieron el mundo entero, siguen siendo mi lectura desestresante predilecta. Son historietas plagadas de estereotipos tratados con una elegancia desternillante: Corsos susceptibles, normandos que no conocen el miedo, británicos que beben agua hirviendo a las cinco en punto, la nariz de Cleopatra, los laureles del César, romanos, pitanzas y mamporros.

Cuando afronté su viaje por Hispania sólo encontré olés, toros y juergas flamencas, no me sentí representado. Yo me sentía, me siento todavía, mucho más cercano a los galos de la aldea de los locos. Los Abraracurcix, Edadepiedrix, Asuranceturix, esas mujeres de genio huracanado, incluso el pequeño perro Idefix me parecían más bien vecinos de cualquier pueblecito de nuestra costa.

En los ya lejanos años de La Calleja la Ciega, chigre singular que fue mi casa y la de muchos que pasaron por allí durante una década, no sólo había folixa los fines de semana. También había un ambiente muy abierto los días de diario. Una tribu compuesta por parejas de enamorados, vecinos, jugadores de mus, estudiantes holgazanes, artisteo local y fieles tertulianos. Uno de estos últimos era Fernando Lluarca, histórico del Tigre Juan y amigo en nómina de los que se quieren sin condiciones. Persona encantadora, creo que a su pesar.

Fernando se hacía acompañar en ocasiones por un paisano recio, buen amigo suyo, que se llamaba Lisardo. “Lisardo Lombardía…” me repetía mi colega como queriendo decir algo que yo no comprendía del todo. Lisardo tenía, en mi opinión, todo el aspecto de un galo salido de cualquier Asterix. Bien podría ser un herrero de Lutecia tanto como un cazador de jabalíes a puñetazos. Sin embargo se me reveló como un gran conversador, un tipo con retranca e ingenio. Me gustaban aquellas visitas: siempre venían de buen humor, con ánimo de contar historias divertidas y beber espirituosos de perfil gourmet. En una de esas me enteré, entre otras cosas, que había sido el responsable y dueño de la discográfica Fonoastur.

Pasado un tiempo, Fernando me contó que Lisardo, laviano de origen, se había mudado a Francia. Al parecer le habían nombrado director del Festival Intercéltico de Lorient, cita pionera en los encuentros de culturas celtas. La gran fiesta del mundo en lo que a estas músicas se refiere. Sustituía en el cargo a Jean Pierre Pichard, que fue fundador y padre de la idea. Yo no me había hecho la idea de que Lisardo tuviera tanta trascendencia en el mundillo folk, aunque sí es cierto que le había escuchado varias historias al respecto. Incluso llegué a decirle lo mucho que me irrita una gaita después de veinte minutos de fuelle.

En todos estos años afincado en la Bretaña, Lisardo se ha dejado ver poco por nuestras tierras. Pero muy de vez en cuando le pregunto al buen Fernando por él, que me responde con vaguedades, como no puede ser de otra manera. Aun así, me gusta saber que todo está bien.

Hace muy pocos días, el gobierno francés le ha condecorado como Caballero de las Artes y las Letras, máxima distinción cultural del país, por su labor al frente del Festival. Y yo me lo imagino celebrándolo, cogiendo un jabalí asado con ambas manos, danzando alrededor de una hoguera en una noche de verano. Felicidades, Lisardo, valiente guerrero del folk. Honores para nuestra tierra y los que nos sentimos honrados de haberte conocido.

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