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Cosme Marina

La (última) reina del bel canto

En el adiós a la soprano Edita Gruberová, tan vinculada a Oviedo

La soprano eslovaca Edita Gruberová, fallecida este lunes, era una de las grandes divas del bel canto, cantante imprescindible de las últimas décadas y, también, heredera regia de la tradición, en una cadena interpretativa que va sumando eslabones con el paso del tiempo y que hace tan especial y relevante la ópera como género y legado cultural.

La (última) reina del bel canto

Gruberová, nacida en 1946, ha tenido una carrera longevísima –se había retirado de los escenarios hace poco más de un año– y desde su debut a finales de la década de los sesenta del pasado siglo, comenzó a llamar la atención, especialmente cuando llegó a la Staatsoper de Viena en 1970, con el que sería uno de sus roles emblemáticos en el inicio de su trayectoria, el de la Reina de la noche de la mozartiana “La flauta mágica”. Precisamente con este papel y con esta ópera y con otras como “Lucia di Lammermoor” de Donizetti o la Zerbinetta de “Ariadna en Naxos” de Richard Strauss iniciaría un despegue internacional que la llevó a los más importantes teatros –Scala de Milán, Metropolitan de Nueva York, Ópera de Munich, entre otros, o festivales como Glyndebourne o Salzburgo en el que debutó de la mano de Herbert von Karajan–.

Su fama la hizo célebre muy pronto y el público “peregrinaba” para presenciar sus intervenciones operísticas, recitales y galas líricas. Cada actuación se convertía en una apoteosis, y sus fans se cuentan por decenas de miles en todo el mundo. Soprano coloratura, dotada de un registro agudo estratosférico, de unas agilidades verdaderamente sin rival, Gruberová, con el paso de los años, fue escogiendo cada vez más sus teatros y ciudades de referencia. Ciudades como Zurich o Munich se convirtieron en verdaderos refugios, donde ella estaba más cómoda trabajando y tenía fijada su residencia. Brilló como muy pocas en el bel canto romántico italiano y las grandes reinas donizettianas le proporcionaron veladas legendarias. Tuve el privilegio de presenciar alguna de ellas, en concreto un “Roberto Devereux” en Munich, que cosechó casi una hora de aplausos y ovaciones enfervorizadas de un público que se negaba a abandonar el teatro, casi en trance tras una interpretación de tal calado dramático y vocal que quedó para siempre en la memoria de los asistentes.

Porque si algo caracterizó a la Gruberová es su personalidad única, en el ámbito vocal y en el dramatúrgico. Ella tenía muy claro cada papel, cómo afrontar los personajes, y lo hacía huyendo de los estándares, buscando nuevas aristas y arriesgando al máximo, a veces tirándose al vacío sin red. Algo que hoy cada vez cuesta más en los teatros, plagados de cantantes que buscan afianzar una técnica que les permita afrontar los papeles sin el riesgo y la magia que requiere la audacia expresiva de aquellas generaciones que marcaron una edad de oro en la interpretación lírica y de la que Edita forma parte por derecho propio. Técnica y expresión, dos elementos que hoy se entremezclan con dificultad.

Muy pocas ciudades en España tienen el privilegio de estar vinculadas con su carrera. Madrid, Barcelona, Bilbao y Oviedo son tres con las que mantuvo relación muy especial, pese a que aquí no llegó a cantar una ópera escenificada. Su primera actuación fue en el teatro Campoamor, en una velada de lied en la década de los noventa, acompañada al piano por su marido, el maestro Friedrich Haider, con quien consolidó una formidable pareja profesional en medio mundo. Aquel concierto no fue especialmente afortunado. Un error en el programa de mano hizo que parte del público abandonase el teatro en el descanso, dando por concluida la velada. A ella le hizo especial gracia la anécdota que supo capear con profesionalidad. Sus posteriores regresos a la ciudad, ya con el Auditorio construido, tuvieron lugar también de la mano de Haider en espectaculares galas líricas con Oviedo Filarmonía, formación con la que mantuvo una relación privilegiada. En uno de aquellos conciertos incluso llegó a invitar a jóvenes cantantes que estaban trabajando en el Campoamor, en unas funciones de “Tosca” para que la acompañasen –también acudió a ver al teatro una de las representaciones–. Sus actuaciones ovetenses pasaron a la historia como noches memorables en las que el público local, acompañado por una legión de fans venidos de otras ciudades españolas y europeas, disfrutó del prodigio vocal Gruberová, de su formidable control de la respiración, de la garra dramática con la que interpretaba los roles de mayor dificultad técnica, de sus agudos infinitos.

Su relación con Oviedo Filarmonía propició que ella impulsase que la orquesta hiciese dos grandes giras internacionales, a Tokio y París, en una ola de éxitos que pusieron musicalmente a la capital del Principado en la mapa internacional. Presencié ambos compromisos y nunca podré olvidar el cariño y fervor que despertaba entre el público y la generosidad y entrega de la que hacía gala en el escenario. Tuve el privilegio de tratarla y en la cercanía era también una persona extraordinaria, educada, enormemente trabajadora, de máxima exigencia consigo misma y con un respeto al púbico que ya era en sí toda una lección de vida. Siempre he pensado que se canta como se es, y, precisamente, esa generosidad vital era la que llevaba con ella al escenario. Hasta siempre Edita, nos queda tu voz maravillosa en el recuerdo y en grabaciones ya legendarias para que sucesivas generaciones puedan admirar tu talento también infinito.

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