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Carlos Fernández Llaneza

De todos (I)

Repaso histórico al patrimonio local amenazado y castigado: el Carbayón, los Pilares, el convento de Santa Clara...

Una de las características que definen a los ovetenses es que, por lo general, nos sentimos orgullosos de nuestro pasado. De nuestras tradiciones. De nuestro patrimonio. Aunque, claro está, nuestra historia dicta que no han sido pocas las ocasiones en las que, irresponsablemente, se han consentido auténticos disparates. Errores irreparables que hoy lamentamos profundamente. Hagamos repaso por alguno de ellos. 2 de octubre de 1879. Oviedo llora por un árbol caído. Los magníficos treinta metros de altura de nuestro tótem gentilicio yacen en el suelo. Tres días después veía la luz un nuevo periódico, “El Carbayón” que recogía el sentir ciudadano: “Aquí estuvo el Carbayón, seiscientos años con vida y cayó sin compasión bajo el hacha fratricida de nuestra corporación. Este pasquín respetad, si sois buenos ovetenses, y en su memoria llorad todos los aquí presentes por el que honró a la ciudad”.

De todos (I)

Vamos a enero de 1915. Otra construcción emblemática de la ciudad cae: los Arcos de los Pilares. A pesar de que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando consideraba la arcada del siglo XV “un monumento de gran importancia y digno de conservación”. Llevaban desde 1902 asediando al acueducto. Entre otros argumentos peregrinos sostenían que “los Arcos ni son obra artística, ni útil, ni bella, ni histórica y sí un estorbo al progreso y ensanche del pueblo ovetense”. Sin comentarios. La polémica sacudió la ciudad durante años. Una de las voces incansables contra el derribo fue la del entonces cronista de la ciudad y rector de la universidad, Fermín Canella Secades. A través de numerosos escritos intentó salvar el acueducto. Consideraba Canella que “los Arcos de los Pilares son estimables e interesantes por lo que significan en la historia ovetense acreditando el esfuerzo para dotar a Oviedo de aguas y cimentar su progreso desde el primer tercio del siglo XVI (…) Desde entonces, el dicho artístico monumento, modelo de buenas obras de fontanería, ha sido mirado con todo cariño por los hijos de este pueblo, lo mismo cuando conducía las aguas del Naranco que después del moderno surtido de aguas (…) Creo firmemente que Oviedo puede ser una ciudad moderna sin sacrificar sus recuerdos antiguos, y por eso entiendo, con todos los debidos respetos, que no es acertada ni necesaria la destrucción de los tradicionales Arcos cuya elegancia, elevación, proporción y conjunto gratísimo son para muchos y muchos de mérito indudable a más de lo que significan en la historia local ovetense; y es una esbelta construcción cuatro veces centenaria estimada de cuantos asturianos y forasteros ha venido a Oviedo o aquí han residido”.

Años 60. Se comienza a hablar del derribo del “nido y foco de ratas” en que, en opinión de algunos, se había convertido el antiguo convento de Santa Clara. Edificio, desamortizado a mediados del XIX y luego cuartel de la Guardia de Asalto, con claro protagonismo en los sucesos revolucionarios de 1934 y en los inicios de la guerra civil en la ciudad. A partir de la tertulia que se reunía en el restaurante Noriega, en torno a Juan Uría Riu, en los bajos del Palacio de Valdecarzana, surge un grupo de ciudadanos que se posicionaron claramente en contra del derribo. Ese grupo, moteado como “los Clarisos”, elaboraron un manifiesto en contra del derribo. Lo firmaban, entre otros, Juan Uría, Antón Rubín, Joaquín Manzanares, José M.ª Estrada, José M.ª Fernández Pajares, Miguel Álvarez Buylla, J. Luis Meana Feito, Paulino González Sandonís, José Ramón Tolivar Faes, Juan Ignacio Ruiz de la Peña y Emilio Marcos Vallaure. Ovetenses preocupados por su patrimonio y que sentían la obligación y la responsabilidad de alzar su voz.

Y con el fin de no cansarles con una lectura excesiva, dejo un “continuará”.

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