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José Ramón Castañón, Pochi

Oviedo como “vividura”

El relato que necesita la capital asturiana

Oviedo es un magnífico álbum de cultura, de arte, de patrimonio y de naturaleza, donde cada siglo ha dejado su huella, una arquitectura, una pintura, un perfil de ciudad, la trama urbana o la naturaleza que la conforma. Es más que un enclave, es un organismo vivo, porque, en sus más de mil años de historia siempre han tenido protagonismo las personas. Y la cultura como su esencia y su circunstancia. Y su futuro, su crecer, debe asentarse en su pasado. Oviedo no la inventamos nosotros, conserva el aroma de la historia y aún se saborea lo romano, lo medieval y lo gremial. Y no hay que estancarse solo en una postura, sino que es preciso, sin olvidar lo anterior, realizar propuestas de identidad diferenciadora.

Para mantener como símbolo universal y como imaginario colectivo este Oviedo que vivimos, es preciso que la ciudad vea crecer hijos en sus calles y en sus plazas y no solo masas de souvenir entre las manos. La ciudad que queremos debe asentar su crecer armónico, partiendo de lo que es: una ciudad de cultura en la que viven, y deben vivir más y mejor, las personas.

Según viejas teorías identitarias, distinguimos la “morada vital” como del entorno físico, el marco–lugar de los pueblos y su historia; y la “vividura”, la cultura como una forma de convivir y las expresiones espirituales que se siguen de ella. Podemos considerar que Oviedo, por lo que representa, por lo que nos inspira espiritualmente, por lo que emocionalmente nos suscita, por lo que identitariamente nos aporta, es una morada vital y una vividura para los que la vivimos cotidianamente, y también para aquellos que turistean y se llevan el sentimiento, el sello de la ciudad.

Una de las ciudades más sugestivas, evocadoras y culturalmente más ricas debe su singularidad al equilibrio entre lo vivido y lo identitario, lo cotidiano y lo cultural. Así que, si queremos que Oviedo perdure y viva, tendremos que decidir sobre la ciudad de acuerdo con un modelo de desarrollo sostenido (sin ocurrencias partidistas) y sostenible (como patrimonio natural), desde la sensibilidad y el equilibrio (sin enredarnos en experiencias impactantes y efímeras).

Que la cultura sea el verdadero aglutinante de la ciudad, de sus componentes espaciales y espirituales, como un vínculo entre su pasado y su presente, y como el único puente posible para su futuro, de la “morada vital” y también de la “vividura”. Oviedo necesita un relato que cohesione su patrimonio, un proyecto, una iniciativa institucional que active la cultura como dinamizador y estímulo de inversión, de oportunidades y de empleo. Y no confundamos cultura con la industria del entretenimiento. Un concepto que vincule sus museos, teatros, la Catedral, el Prerrománico, en una agenda cultural que implique a todos los que viven la ciudad.

La frontera entre lo posible y lo imposible, depende de la talla de nuestras intervenciones, de representantes lúcidos, capaces de analizar el presente, de conocer, con profundidad, el pasado, competentes para anticipar, con valentía, el porvenir, y lo suficientemente humildes para saber que deben contar con todos. Oviedo no es una apuesta de lotería, es un pensamiento grande y una sucesión de vividuras, de pequeñas vidas que la habitan y engrandecen.

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