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José Ramón Castañón, Pochi

Otra civilización perdida

Sobre los problemas de convivencia en las calles de Oviedo

Que los temas recurrentes se presentan a la población cada cierto tiempo, ya sea por rellenar espacios televisivos o bien para evadir nuestras mentes de temas realmente complicados, es una obviedad.

Hete aquí que Chipioneros y Sanluqueños, gentilicios gaditanos, andarán estos días con el tembleque en el cuerpo al escuchar que una mítica civilización perdida reposa bajo las aguas de sus costas. Quizá alguno, mientras usted lector lee este párrafo, ande escarbando en la arena con el objeto de encontrar un resto, o “quisioqué”, de una Atlántida que bulle entre la realidad y la leyenda.

En calidad de filósofo, y después de lo ocurrido en las calles de nuestro tranquilo Oviedo, masificadas de adolescencia irracional y violenta, echo mi imaginación a volar y me voy para allá a fin de encontrarme sentado a una mesa junto a Timeo y Critias con la esperanza de que Platón me inserte en sus diálogos. “¿De qué podemos hablar?” me preguntan mis interlocutores. “¿Quizás del okomos?” propone el anciano Timeo. “¿Democracia o Timocracia?” resuelve el raudo Critias. “No” –sentencio–. “Disertaré yo sobre la juventud y sobre la belleza como virtud, comenzando mi arenga en la certeza de que, los que ya no somos jóvenes, vemos nuestra propia juventud con los ojos de la nostalgia y que cuando miramos a la actual chavalería nos comparamos con ellos celebrando que nuestra diversión era superior a la que ahora disfrutan ellos. Tampoco es novedad afirmar que los comentarios que sobre ellos vertemos antes nos pertenecieron cuando otros progenitores soliviantados nos los entregaron. Pero el mayor hecho inmutable, compañeros, es precisamente aquel que algunos osan olvidar: reconocer que el mayor objetivo de una sociedad está en educar correctamente a la juventud.

Dos palabras claves se desprenden. Sociedad es la primera que yo cambio por Suciedad, porque cuando se ha perdido el carácter de unidad, de entendimiento, de cooperación mutua y de búsqueda del bien de los demás, el aroma de convivencia se convierte en hedor a pedos y excrementos. El segundo vocablo que ha de ocuparnos es el de Educación, entrando en juego no solo la consabida disputa sobre a quién corresponde mayormente, es decir ¿es tarea exclusiva de los padres o es trabajo del sistema educativo reglado?; no podemos olvidar las últimas concesiones de la ley educativa, puro niñaterismo complaciente.

Y de todo ello nos preguntamos, ¿cómo reaccionar ante los actos de gamberrismo, chulería y barbarie de los que, por edad, aún no han asentado la neurona ni la asentarán gracias a nuestra inacción? Sinceramente, no sé cual tiene más peso, pero que la complacencia con la que, en general, se trata a nuestros jóvenes desde que son niños sienta la base de lo que serán en la madurez: hombres y mujeres ignorantes del mundo, a remojo en regueros de delectante egoísmo, muy alejados de horizontes de una belleza que se hace virtud de convivencia.

Convendrán conmigo que los dos términos expuestos están interrelacionados y se conectan “como el culo al supositorio”, pero ante la esperpéntica situación que salpica nuestras calles… Amigos, tendremos que esperar a las calendas griegas (oxímoron nunca existente) para ver cambios fructuosos”.

Critias y Timeo sonríen ante mi imposible e improbable ocurrencia.

Se dice que la Atlántida, y con ella todos los atlantes, despareció tras un cataclismo descomunal. Ante nuestro personal desastre, ¿para cuándo la fanfarria de autodestrucción?

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