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José Ramón Castañón, Pochi

Aniversario de dos hogares

Los 1.200 años de la Catedral y el medio siglo de la parroquia de Covadonga, en Teatinos

Yo tengo dos casas. Una marcada por siglos de historia; la otra, sellada bajo cinco décadas de vida. Una desplegando aromas de capitalidad desde el centro mismo de Oviedo; la otra respirando olor a barrio, arrabal de mi ciudad, en las calles de un cambiado y vital Teatinos.

Las dos forman parte de mí. A las dos las quiero, las defiendo, las halago, las protejo y las ensalzo. Las dos me han regalado y regalan tiempos de mis edades, del ser que soy yo mismo, en mi esencia y mi compromiso. Las dos tejiendo mi vida, una desde la infancia de correrías, juegos y monaguillos; la otra en estos últimos nueve años de trabajo, ilusión, amigos, combates cotidianos...

Dicen que la Catedral de Oviedo celebra 1.200 años, aunque los importantes son los que se esconden encerrados entre sus bóvedas y naves. Mirarla es enamorarse, es caer rendido en la locura que nace de la belleza stendhaliana. Ríanse pero, ¿podré contar las veces que me he plantado frente a esta fortaleza de peregrinación cerrando los ojos y abriendo oídos para sentir los cascos de un caballo, el crujir de las poleas, el estruendo de la piedra o el primer tañido de Wamba? ¿Cuántas veces no me habré ensoñado con los paseos pícaros y escondidos de Clarín? ¿Hay algo mejor en una tarde reluciente de primavera que disfrutar del deambular del sol obsequiando matices infinitos de luz a esta madre de cristiandad? La Catedral es un monumento para los habitantes de nuestra ciudad, de estas tierras asturianas, no solo por el lenguaje del arte que entraña, sino porque es la señal inequívoca que se levanta erguida hacia lo azul de la inmensidad creadora, símbolo dibujado en cada piedra de aquellos que nos precedieron en el hermoso camino de la fe; símbolo elocuente de la singularidad de una gran familia que decimos Diócesis y lazo de comunión con tantas casas que forman la familia de una Iglesia siempre viva. Cómo no quererla.

Lejos de ella, en distancias, pero no en corazón, en un extremo de la ciudad, la parte de Teatinos que quiere escapar al mar, a nieblas y bullicios, otro templo y otro hogar bulle entre edificios de trabajadores, de gentes sencillas con mirada fresca, honesta y amiga, que un día encontraron su lugar en una Vetusta creciente, a la sombra de aquella vieja Cadellada, de su hermosa Capilla que todavía esperamos. Una pequeña casa que se esconde en los sótanos de una calle sombría, pero un hogar para miles de niños y niñas, de jóvenes y adultos, que en ella se encuentran, refugian, crecen, cantan y sonríen, hablan y se abrazan, escuchan y luchan por cambiar sus vidas. Una casa hermosa cargada de significados, de historias, de arte, de simbología de esperanza, de tantas vidas en ella tejidas. Sí, nuestra Parroquia de Covadonga también está de cumpleaños, de una apostolicidad compartida, otra Sancta Ovetensis empequeñecida de humildad, pero grande en humanidad.

Los años ochenta, en una época en la que no había asociaciones vecinales ni centros municipales con actividades para la vecindad, las parroquias eran el espejo en el que todos nos mirábamos y al que queríamos atravesar para encontrar un lugar maravilloso. Y así, y en estas calles, nació el sueño de don Juan, y de tantos hombres y mujeres que se aglutinaron en torno a una casa que sus manos hicieron para convivir, compartir y celebrar, para ser fe vivida con la sencillez.

Dos aniversarios bien diferentes que coinciden en las emociones de aquellos que, como yo, reconocen el valor de sus existencias y es que si las amo con profundidad a las dos es porque ambas atesoran huellas de manos luchadoras: meñiques que empujan, anulares que sostienen, corazones que laten, índices que señalan y pulgares que aprueban. ¡Felicidades a mis dos casas, a mis hogares!

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