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Pablo Siana

Crítica / Música

Pablo Siana

Ángeles y demonios al piano

La brillante actuación de Grosvernor, un intérprete superlativo

Había una vez un alemán, un húngaro y un polaco encerrados en una lámpara con forma de piano a los que un joven genio británico sacó a la luz frotando las teclas con el forro de su chaqueta haciendo magia para que en una misma tarde fría y lluviosa pasásemos del cielo al infierno con la dosis suficiente para hechizarnos en plena pandemia de virus sin nacionalidad, junto a toses, móviles y paraguas caídos muy nuestros.

Benjamin Grosvenor (1992) volvía después de cinco años al auditorio ovetense, esta vez en solitario, con un programa comprometido y bien planeado que ha llevado en su minigira española (Las Palmas, Barcelona y Oviedo, parada obligada en la capital del piano): primero los “Drei Intermezzi” op. 117 de Brahms, un aperitivo delicado donde el dolor emerge al final, tras un ambiente íntimo creado desde la pureza y limpieza de sonido, sumada al poso que van dando los años.

Preparación necesaria para la impresionante “Sonata para piano en si menor”, S. 178 de Franz Liszt, ángeles caídos remontando el vuelo desde una visión pianística que ha llevado al disco pero el directo hace siempre único e irrepetible. Cima compositiva del virtuoso abate magiar, cinco movimientos en continuidad demostrando que el intérprete británico tiene perfectamente interiorizada la fuerza que Liszt vuelca en esta sonata tan especial, Fue un auténtico éxtasis sonoro que alternaba solemnidades celestiales y agitaciones demoníacas, luz cegadora y fuego extremo en un “Fausostenido” (si se me permite la licencia del fa sostenido con el invocado Fausto), entrega tan explosiva que hubo de “extinguirse” al descanso. El receso fue necesario tanto para el Steinway como para el intérprete tras el esfuerzo de este pianista menudo, en apariencia, tornado a “menudo pianista” en su regreso a nuestra tierra.

Misma pócima mágica para la segunda parte: Liszt y una “Berceuse quasi ChopiNana” (última licencia por hoy), pasional en entrega y lírica de visión global, antes de atacar la “Sonata n.º 3 en si menor, op. 58” del otro mago del piano romántico, Chopin tras Liszt.

Una nueva visión de ángeles y demonios sin necesidad de mayores argumentos, que en las manos de Grosvenor fueron capaces de volar cual ángel caído redimido y regresar al Olimpo de Orfeo, reescribir una historia llena de colores pintados sobre el blanco y negro del teclado. Verdadera sonata cuatripartita reflejando la inquietud interior, el debate entre lo contundente y lo delicado, mano de hierro en guante de seda bien entendido, contrapuntos relucientes y derroche expresivo de un piano decimonónico con la visión del siglo XXI. Fue una nueva aproximación del británico, fascinado con poner juntos al polaco y al húngaro en un mismo programa, como comentaba en la entrevista para este periódico publicada el mismo día del concierto.

Repertorio imprescindible y de siempre por pianistas de hoy para llegar a un público joven de mañana, que debe conocer estas composiciones maravillosas llenas de sorpresas por descubrir. Y de regalo, casi una tercera parte con igual receta, pero latina y del siglo pasado, obras que Benjamin Grosvenor transita habitualmente junto a los españoles: dos de las tres “Danzas argentinas op. 2” del porteño Alberto Ginastera planteadas nuevamente como binomio, sensual y brillante, femenino y masculino en tiempos de indefiniciones, primero la “Danza de la moza donosa” y después la “Danza del gaucho matrero”. Si la primera vez auguraba a este Grosvenor del 92 un buen vino, la segunda degustamos ya un reserva que seguirá madurando en barrica de piano.

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