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Eva Vallines

Crítica / Teatro

Eva Vallines

Venganzas encadenadas

Espectáculo de tintes operísticos y de gran fuerza visual en el Filarmónica

La veterana compañía sevillana “Atalaya” conmemora su vigésimo quinto montaje con una revisión de la “Elektra” con la que triunfó hace también veinticinco años y que ahora se nos presenta renovada en dramaturgia y puesta en escena. Como era poca la coincidencia cabalística, también se cumplen veinticinco siglos del nacimiento de Eurípides y veinticinco años de la muerte de Heiner Müller, aunque ambos autores tienen una presencia anecdótica en el espectáculo. La dramaturgia que Ricardo Iniesta realiza para esta nueva versión se basa fundamentalmente en Sófocles y en la adaptación que Hofmannsthal hizo para la ópera de Strauss, siguiendo las principales innovaciones como la escena de Clitemnestra compartiendo sus pesadillas con su hija y sobre todo el cierre con la muerte de Electra, que cae desplomada tras el éxtasis de la danza dervíchica final. De hecho, es un espectáculo muy operístico, con una fuerza visual impresionante en el que los cantos y danzas del coro tienen un papel protagonista. “Atalaya” recupera así el sentido del teatro total de la Grecia clásica, que aquí refuerza el carácter tribal y ancestral con composiciones del folclore balcánico.

Venganzas encadenadas

La escenografía está compuesta únicamente por ocho bañeras que ya estaban en el montaje original y hacen las veces de cuna, féretro y cápsula en cuyo interior reverberan voces de ultratumba, cual oráculos malditos. Estas bañeras, símbolo y emblema del asesinato de Agamenón son también elemento de percusión que marca las transiciones con sus aldabonazos. La caracterización de los personajes es la del cine alemán expresionista. Orestes, ataviado como un vampírico Rasputín, con mirada poseída de santón iluminado, irrumpe deseoso de sangre y no vacila ni un instante al cometer el matricidio. Clitemnestra, magníficamente interpretada por María Sanz, nos recuerda a la novia de Frankenstein, envuelta en su crisálida con el precioso vestido de Carmen y Flores de Giles, que le sirve de capullo en el que replegarse al morir. Silvia Garzón compone una Electra muy animal, enfangada y terrosa, sucia y greñosa que, como una bestia herida, busca saciar su sed de venganza, con una energía y potencia trágica que mantienen el pulso durante toda la función. Su personalidad se perfila en el enfrentamiento a los tres antagonistas y en cada agón nos presenta una vertiente distinta. La mujer rebelde, que ha venido a subvertir el orden y no es sumisa y pragmática como su hermana Crisótemis, en un paralelo con Antígona-Ismene. La luchadora que pretende liberar al pueblo de la tiranía de Egisto, que aquí es un trasunto de Creonte, y es donde resuenan “Las moscas” de Sartre, como alegato de lucha por la libertad y el compromiso. Y, por último, en su enfrentamiento a su madre Clitemnestra, que alega en su defensa la afrenta terrible de Agamenón, que todos parecen olvidar menos ella. Esta reivindicación del personaje de Clitemnestra engrandece el texto, pues acentúa la complejidad de los personajes y si por algo se caracterizan los clásicos griegos es por la ausencia de maniqueísmo, lo que los hace inmortales.

En definitiva, una función muy coral, con el inconfundible sello “Atalaya”, basado en el trabajo corporal de los actores y el impacto visual y estético, que hace revivir un texto clásico no exento de reflexión sobre la venganza y la lucha contra la tiranía del miedo.

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