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José Ramón Castañón, Pochi

Se buscan ancianos

El necesario servicio de acompañar y ayudar a los mayores

Andaba yo estos días falto de una buena dosis de esperanza y necesitado de un chute de confianza en nuestra sociedad cuando, mira tú por dónde, leo en LA NUEVA ESPAÑA de nuestro provinciano Oviedo: “Se buscan ancianos”. En principio, pensé, una singularidad leve frente a las gravedades que acontecen a nuestro alrededor, pero fue después de adentrarme en la noticia cuando el corazón, tras un vuelco, tomó nueva posición y dimensión.

Atender y acompañar a los más vulnerables de nuestra ciudad (entre las muchas que en nuestra ciudad y en sus parroquias y otros movimientos se viven), es el nuevo impulso que lanza nuestra Concejalía, y que se acerca a aquella Concejalía de la Soledad que hace tiempo solicitábamos. Pero ¿cómo que se buscan ancianos? Lo que sobran son rostros solitarios de largos años y demasiados silencios; semblantes envejecidos, tristes, olvidados. No hace falta buscar mucho para reconocerlos.

Esta gran iniciativa supone un buen pinchazo, con el consiguiente tirón de orejas, a la pobre y subjetiva manera que tenemos de vivir lo ético. Nuestras calles rebosan de atechados en una moral hedónica, egoísta, insensible y despreciativa que lo único que defienden es su propia libertad y bienestar. “Ya sabré yo cómo debo comportarme. Nada ni nadie puede exigirme a mí actuar de manera distinta de lo que yo piense”.

Por suerte, lo digo desde una Iglesia solidaria, todavía se sigue funcionando como “por inercia” y que sectores cada vez más pequeños de nuestra sociedad viven todavía de una cultura ética heredada. Siguen hablando de amor, justicia, respeto al otro, solidaridad. Pero son palabras que se van gastando. Pero, poco a poco, estos grandes valores van siendo sustituidos en la práctica por nuevos egoísmos indiferentes. A la hora de la verdad, lo que cuenta es el propio provecho y el placer.

No tengo muy claro si nuestras ciudades comienzan a sentir las graves consecuencias de este vacío ético que conlleva y arrastra una economía “sin conciencia” que genera paro y pobreza en los más débiles, la corrupción desmedida o la mentira como forma de vida. Tampoco puedo afirmar que se remuerdan conciencias al asistir impávidos a los turbios intereses que suplantan el servicio de los políticos al bien común o cómo los medios de comunicación se convierten en poderosos mecanismos al servicio del consumo, porque no existen los límites cuando todo se compra y se vende, desde los dolores más secretos a las emociones más íntimas.

No, no tengo nada claro al respecto pero como todos los días, me levanto como un loco soñador, aunque sin poder evitar sacudidas esporádicas como la de esta semana, me aferro a la fe y a la ilusión del creer que cosas buenas pueden llegar.

¿Que cuál es el sueño que me persigue? Vivir el despertar de la conciencia colectiva, reaccionar a la vacuidad de una sociedad que parece empeñada en autodestruirse. Recuperar el esqueleto ético de un pueblo no precisa de panfletos políticos, necesita luz de entendimiento que ponga fin a una pasmosa ceguera.

Hoy celebro un gran paso pero ¡quedan tantos aún! Así que, si estos se producen, despiértenme. Si no, déjenme dormir. Y soñar.

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