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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

S.O.S. Filarmónica

El incierto futuro de una sociedad centenaria

El prestigio de la Sociedad Filarmónica de Oviedo es una de las principales señas de identidad de la ciudad. Una institución centenaria, protagonista de deliciosas y vetustas aventuras, que fueron convenientemente glosadas por el estudioso Adolfo Casaprima Collera en su volumen “Una Vida para la música: Historia de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, 1907-1994”. En el año 2006, con motivo de su centenario, fue actualizada por María Encina Cortizo y Joaquín Valdeón, que publicaron su estudio “100 años de música en Oviedo”.

Si hace unos días celebramos el nacimiento de la programación CIMCO, que busca dar una visión moderna de la música de cámara y abrirse a nuevos públicos, esta institución se posiciona más o menos en las antípodas. Prescinden de cualquier artificio, son los guardianes de la esencia y de la tradición clásica. Un público entendido, sobrio y exigente que no se conforma con menos que con lo sublime.

En sus ya ciento quince años de historia, la Sociedad ha hecho pasar por la ciudad a grandes maestros como Arthur Rubinstein, Manuel de Falla, Andrés Segovia o Serguéi Rajmáninov. Ha sido el hogar de Purita de la Riva desde su debut con apenas 12 años. Ha vivido los fracasos de Maurice Ravel y Béla Bartók, que no convencieron en sus visitas. La Orquesta Filarmónica de Berlín, con el fabuloso violinista checo Gerhar Taschner como concertino, inauguró en plena Guerra Mundial su nueva sede de la Calle Mendizábal. En este tiempo, han superado la cifra de dos mil conciertos, todo un hito para una entidad privada.

En las últimas décadas, a pesar de mantener el pabellón artístico en todo lo alto, la Sociedad Filarmónica de Oviedo, que no vende entradas y pertenece exclusivamente a sus miembros, ha ido decayendo en público y ha perdido apoyos. Se mantiene gracias a su enorme prestigio y al esfuerzo de sus socios. Las dos últimas juntas directivas, la presidida por Don Jaime Álvarez-Buylla y, actualmente, la de Santiago González del Valle, se han roto los cuernos por mantener viva la institución.

Que los tiempos están cambiando ya lo cantó Bob Dylan en los años sesenta. A día de hoy todo ha adquirido una velocidad difícil de digerir. Por un lado, me resulta muy gustoso encontrar algo como la Sociedad Filarmónica, que sigue marcando sus propias pautas. Pero, por otro, tengo la impresión de estar observando a un mamut, el último de su especie, caminando pausada pero inexorablemente hacia su extinción.

Esta semana he tenido el honor de asistir como invitado a un concierto de la Sociedad. El Chopswey String Quartet resultó ser un cuarteto de cuerda delicioso. Presentaban un programa con conciertos de Mozart y Beethoven. Son unos muchachos jóvenes, rondando la treintena, que ya se han hecho un nombre en el mundillo de la música de cámara. El primer violín, Simón García, no dejó indiferente a los presentes. La chelista Alicia Avilés me gustó especialmente. Lo curioso fue ver sobre el escenario a cuatro chicos con tatuajes, piercings y perforaciones y al público que salpicaba el patio de butacas, con una media de edad altísima y muy “de Oviedo de toda la vida”, pendientes exclusivamente de la música sin dejarse influenciar por agentes externos. Qué maravilla, toda una lección de criterio y señorío.

Pienso en qué puede hacer la Sociedad Filarmónica para evitar su desaparición. Necesitan de la ciudad, necesitan público, necesitan apoyos institucionales. También, seguramente, darán algunos pasos que les sitúen en el siglo XXI, la era de la comunicación. Hay que darle una vuelta a este asunto, esto no se puede perder aquí.

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