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Josefina Velasco

Bienvenida a una nueva librería

Atacadas por un mundo rápido plagado de dispositivos que priorizan “la cultura del clip”, inmediata e irreflexiva, han entrado en decadencia, pero siempre resucitan. Impacta a veces la belleza de sus rótulos. Ellas, las librerías, saben que tienen que llamarse de un modo que aporte solvencia y excite al lector posible. Muchas tienen nombres ligados a las letras de siempre, a los autores y a sus obras: Cervantes/“El Quijote”; Clarín/“La Regenta”; Campoamor; Casona; Balmes. O recurren al santoral, a esos santos que tuvieron, leyeron y escribieron libros: Santa Teresa, San Javier, San Pablo, San Pedro; o la Santa Ana, madre de la Virgen, que le enseñaba las letras a la niña. En ocasiones es el nombre del intrépido empresario librero el que se pone al frente sin escudo imaginario protector. Cualquier opción implica un riesgo.

En otros casos, los títulos comerciales servirían para redactar un bellísimo cuento que dejaría con los ojos como platos al “Búho Lector” si se adentrara, libro en mano, en “El bosque de la Maga Colibrí” buscando, tal vez “El tesoro del dragón de la lluvia” acompañado de “Pinocho” o “Platero”, por supuesto librándose de las travesuras del “Trasgu”.

Quizás todos se encontraran con “La cantante calva” en “La vieja atalaya” y pudieran entrar en “La factoría de los sueños” para deleitarse con “Paradiso”, “Amarcord” o “Tristana”, que en la vida hay cine, teatro, fantasía. Tú también puedes hacer ese recorrido porque “Te gusta leer” y no solo “Las 4 letras”, sino lo escrito con “La buena letra”. Al final vencerás “La identidad secreta” de la ignorancia, llegarás al “Logos” desde “La casa del libro”. En todo caso acuérdate de seguir leyendo y “Pasa Página”.

Sucumbieron en nuestra capital y en muchas villas y pueblos. Cerraron o languidecen emblemáticas e históricas como Ojanguren (1858) o Santa Teresa (1928). Mantiene fuelle –menos mal– Cervantes; resta el buen hacer personal de Polledo y de más por la abnegación de sus dueños. Una noticia terrible hace unos años llevaba por titular que “Un total de 57 librerías cerraron en Asturias en 2014, el 33,3% de las que había en 2013”. Dejamos de hacer recorrido negativo. Resisten como héroes de verdad y deberían ser objeto de cuidado público para evitar que entren “en peligro de extinción”, ellas y nosotros.

La apertura de una nueva librería –ya saben esos sitios de los que hablamos donde se venden libros– que se ha dado en llamar Pasa Página (Oviedo), espacio diáfano y que aún huele a nuevo, nos ha espoleado esta curiosidad de comprobar cómo el espacio librero en esta Asturias nuestra se renueva, aunque haya visto la decadencia o el fin de lugares que formaron parte de nuestra vida como estudiantes, trabajadores o simplemente personas.

Nos viene a la memoria en la deliciosa obra “La Librería Ambulante” (1917, Christopher Morley) que el ingenioso señor Mifflin acertaba al decir: “Ninguna criatura sobre la faz de la tierra tiene derecho a creerse un ser humano a menos que esté en posesión de un buen libro”. Cosa muy cierta. Tanto como que ningún ser humano debería pasar por el mundo sin trastear despacio y leer quedo en una Biblioteca, refugio y paraíso. Porque ambas, librerías y bibliotecas, son imprescindibles para hacer ciudadanos libres.

Leemos en Biblioasturias (siempre atenta a nuestras letras) que hay un centenar y medio casi de librerías asturianas activas. La mayoría, claro está, en Oviedo (tradición universitaria), Gijón (de estudios también, culta y poblada) y Avilés (emergente a la par que de vieja historia). Y que las hay resistentes en más sitios. No sobra ni una. Faltan muchas. No dejemos que caigan. Desde el siglo XIX son comercios que nos ayudan a vivir... Hubo otras antes. Ojalá queden muchas mucho tiempo después de nosotros; algo nuestro quedará con ellas.

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