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Jonathan Mallada Álvarez

Crítica / Música

Jonathan Mallada Álvarez

La gran noche de “La Castalia”

La asociación lírica cosecha excelentes resultados artísticos en su gala

En contra de lo expuesto por Gardel en su célebre tango, veinte años sí son muchos. Para una asociación cultural como “La Castalia”, en ausencia de un apoyo firme por parte de las diferentes administraciones asturianas que sí poseen otras iniciativas surgidas por generación espontánea, cada paso en la escena musical asturiana supone un mar de desvelos y sería una quimera sin la tenacidad y el esfuerzo de sus integrantes, convencidos de su honorable labor al promocionar a los talentos musicales de “la tierrina”.

La gran noche de “La Castalia”

El concierto comenzó de la mejor manera posible: con un estreno. La obertura “Homenaje a La Castalia”, de Gabriel Ordás, es una página interesante que cuenta con una pequeña introducción algo inquietante y melancólica pero que desarrolla una solemnidad de tintes cinematográficos gracias al papel de los metales y las pequeñas células melódicas insertadas en unas cuerdas tersas y brillantes.

En el plano lírico, la mezzosoprano María Heres demostró, una vez más, sus múltiples cualidades. Tanto en “Fia dunque vero…O mio Fernando” (Donizetti) como en “Mon coeurs ouvre à ta voix” (Saint-Saëns) evidenció un gran lirismo y extrajo todo el potencial de su amplia tesitura, con una voz impostada en todo momento que le permitió superar con solvencia a una nutrida OFIL. En sus romanzas de zarzuela exhibió una madurez vocal impropia de su juventud, gracias a la cual superó con oficio los momentos de mayor dificultad.

El gran descubrimiento fue la ucraniana Olena Sloia. Soprano lírico-ligera llenó con cada uno de sus agudos el Auditorio ovetense, siempre con una voz maleable y una pulcra afinación, muy cómoda en los pasajes de mayor agilidad. Su pequeña dramatización en “Glitter and Be Gay” (Bernstein) y su interpretación de la “Canción del ruiseñor” de “Doña Francisquita” (Vives), dejó unos agudos bien timbrados, suaves, delicados y ajustados en volumen.

Por su parte, la soprano Vanessa del Riego, con un timbre algo más metálico, contrastó a la perfección con las otras voces. Del Riego se destacó en “Con onor muore” (Puccini) y fue una compañera adecuada para Heres en los dúos, con las dos bien empastadas, donde el empuje de la pixueta terminaría imponiéndose.

Si la primera parte se había iniciado con un estreno de Ordás, la segunda no iba a ser menos. El intermezzo “Corona de azahar” de la ópera “Bodas de sangre”, de Guillermo Martínez, supone una gran caracterización de “lo español”: cierta imitación del rasgueado guitarrístico, palmas, castañuelas, incluso un ligero atisbo de pasodoble en los metales, aportando una gran vitalidad y frescura, siguiendo la estela de otros intermedios célebres como el de “La boda de Luis Alonso”.

Cerró cada una de las partes el tenor invitado Alejandro Roy, muy querido por los ovetenses. El carismático tenor puso en pie al auditorio en la romanza “No puede ser”, una pieza que, por su fuerza y carácter, se ajusta como anillo al dedo a sus características vocales, a su potencia y a su espléndida proyección.

La orquesta Oviedo Filarmonía mantuvo el nivel al que nos tiene acostumbrados en los últimos años gracias, en gran medida, a la directora Isabel Rubio. La murciana, con una dirección muy escolástica e inteligente, supo plegarse en todo momento a los solistas, arropándolos con mimo y esperándolos para caer juntos, un hecho especialmente importante en un repertorio tan delicado como el que se puso en liza la noche del sábado.

Como propinas, Heres y del Riego interpretaron el duetto “Prenderò quel brunettino” (Mozart) y Roy, “E lucevan le stelle” (Puccini), deseando a “La Castalia”, al menos, otros veinte años igual de productivos.

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