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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

Un café y las noticias

El placer de hojear el periódico en los bares, frente a la soledad del lector digital

He perdido la costumbre de leer la prensa en la barra de un bar y lo lamento. La culpa es mía por haber dejado de hacerlo, pero Internet y los teléfonos móviles tienen mucho que ver en eso. Tanta libertad en el acceso a la información nos está empujando a la individualidad, nos está robando algunas de las cosas más guapas de vivir en sociedad. Y, lo que es peor: lo hace con nuestro consentimiento. Aún no hemos aprendido a equilibrar lo que la conectividad permanente nos da y lo que nos quita. Podemos tardar años en darnos cuenta de qué es aquello que echamos de menos, como me está pasando a mí ahora mismo con este asunto.

Porque era una liturgia sabia esa de llegar a un local desconocido y atrincherarse detrás de las páginas de un diario. Podía entenderse como una máscara social. Uno que se tomaba un café hojeando el periódico no parecía un solitario, un lobo estepario, sino un miembro de la sociedad tomándose un respiro, haciendo un aparte.

El uso del periódico daba permiso para lanzar una conversación al aire, para soltar una frase sin un destinatario preciso y esperar a que alguien recogiera el guante. Esa misión solía recaer sobre el camarero que, por norma general, ejercía como dueño de las noticias, moderaba los debates, equilibraba los criterios entre parroquianos y ocasionales y terminaba por sentar cátedra en su local.

De vez en cuando surge una noticia que cumple los criterios perfectos para ser tendencia en barras. Un suceso que mezcle la frivolidad con la trascendencia y con la filosofía de vida. La galleta que le pegó Will Smith a Chris Rock en los Oscars, por ejemplo. En esos momentos desearía volver a los noventa y recorrer mis barras favoritas saltando de discusión en discusión, defendiendo los puntos de vista más estrafalarios en los más diversos foros.

Hoy he desayunado en casa, frente al ordenador, echando un vistazo a los periódicos digitales en la más profunda soledad. No tenía con quién comentar las bofetadas que tan bien encajó Femenías en el derbi asturiano, ni su derecho inalienable a provocar a los sportinguistas, en el mismísimo estadio del Molinón, señalando el escudo del Oviedo grabado sobre su corazón cuando la victoria azul era ya inevitable. Cagüenlamar, muchas llevó y no consiguieron tirarlo. Siete contra uno. Eso parecía un follón de discoteca a las seis de la mañana y no uno de esos futbolistas que se caen al suelo con sólo tocarlos.

Tampoco he podido presumir delante de nadie del enorme privilegio que es vivir en Asturias, como me parece que demuestra el peaje del Huerna, el más longevo de España. Ojalá no lo quiten nunca. Me llena de satisfacción que cobren por entrar en Asturias, como si fuésemos un parque temático o un museo del pasado. Solo disfrutar del milagro del túnel del Negrón y su mágica polaridad de sol y lluvia ya vale lo que cobran. Y también me gusta que penalicen salir de nuestra tierra. Quién estuviera en Asturias ¡en todas las ocasiones! ¿No dice eso nuestro himno? ¿No quieres? Pues paga.

Según iba repasando las noticias, crecía en mí la sensación de soledad. Muchas tonterías que decir y nadie que las escuchara. Pillar el móvil y soltar un par de bombas en grupos de whatsapp, estarán ustedes de acuerdo, no es lo mismo.

Así que me obligué a salir. No tardé en encontrar un bar, en el que no había entrado jamás, donde tenían un par de ejemplares de LA NUEVA ESPAÑA resobados y con marchas de café y mahonesa. Abrí con prisa uno de ellos, hice como que echaba un vistazo a la sección de local y solté una faltosada al azar. Antes incluso de que el camarero me contestase, sólo con ver como los parroquianos miraban hacía mí con condescendencia, ya me sentía como en casa.

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