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Ricardo Fernández

Tras la tormenta

Sobre el juicio por el Mercado Astur de Gascona

Acabo de recoger la sentencia dictada por la Audiencia Provincial en la que, tras ser acusado injustamente, se me absuelve de un delito de prevaricación administrativa. El camino judicial seguido hasta aquí es sobradamente conocido en Oviedo: sentencias contradictorias respecto a las actividades que se hacían sin mayor problema desde hace años en la calle Gascona, denuncias, archivo acordado por la Fiscalía, dos archivos consecutivos en instrucción respaldados también por el Ministerio Público y, finalmente, sendas reaperturas cuya consecuencia última y evidente fue la exhibición pública, entrando en el Juzgado en el año 2019 a declarar, y más recientemente, expuesto en el banquillo de los acusados junto a otros nueve compañeros de la Junta de Gobierno.

En 27 años de ejercicio profesional he visto muchas cosas pero nada semejante a la experiencia personal que han representado las idas y venidas procesales de este asunto del Mercado Astur de la calle Gascona. Durante los cuatro años que ha durado “el caso” he tenido que leer reiteradamente que se había adoptado un acuerdo en contra de los informes municipales. La declaración de los testigos en el acto del juicio oral –y ya antes en la fase de instrucción– confirmó que tal cosa no solo no era así, sino que quienes habían levantado el dedo acusador desde un primer momento no se habían leído en su integridad esos informes.

Cuatro días de juicio; autos, decretos, diligencias de ordenación, una sentencia con citas de artículos del Código Civil derogados hace ya más de quince años; escritos de acusación; una jueza; un tribunal –tres magistrados-; folios y más folios de causa penal; tiempo perdido; ediles de otras fuerzas y alcalde complacidos mientras aprobaban la celebración de nuevos mercados usando las mismas ordenanzas y con el respaldo de informes similares; concejales regodeándose públicamente entonando el “Ud. puede ser inhabilitado”; insultos varios; escarnio y recursos públicos, en fin, malgastados para perseguir todos sabemos qué mediante un espectáculo en el que las acusaciones, tras la evidencia testifical que no quisieron ver antes, tuvieron que retirarse, el Ministerio Fiscal entiendo que abrumado por la injusticia, y la acusación particular por la amenaza de que las tornas se le volvieran en contra en forma de costas. Todo esto sucedió en la ciudad que vio esfumarse sin que pasara nada millones de euros en forma de ladrillos de lujo y oropel en aquellos tiempos de vino, cubata y rosas.

¿Y ahora qué? Tras la sentada de diez personas en el banquillo con la cabeza alta, ¿qué? Tras la defensa numantina, ¿qué? ¿Va en el sueldo? ¿De verdad va en el sueldo que uno haya tenido que aguantar una denuncia por el abono de unas horas extraordinarias cuando ahora, los mismos que trataron de liquidarme, ven cómo se multiplican como panes y peces esas horas, entre otros conceptos, en forma de chofer de lujo y callan? ¿Va en el sueldo de un concejal que, por defender el interés público contra viento y marea colaborando con la UDEF, haya que soportar denuncias por siete delitos tan diferentes como ficticios?

Cierto es que lo que no mata hace más fuerte y que uno aprende a resistir cada día, especialmente cuando le roza la pestilencia de la miseria ajena. Igual de cierto es que en determinados momentos, y el vivido ha sido uno de ellos, uno descubre y encuentra quién le tiende la mano y arrima el hombro de manera incondicional, sin preguntar, por la sencilla razón de que sabe a ciencia cierta quién es víctima y quién verdugo; quién camina por la línea recta y quién hace de su vida ponzoña. Me quedo con ambas cosas: con la memoria indeleble hacia quienes han hecho de la maldad oficio –solo para guardar mi espalda–; y con la gratitud inmensa hacia quienes compartieron el trago y hacia los hombres y mujeres que me conmovieron con su presencia y su palabra leal y sincera.

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